Decir que sí, cuando más se extraña, cuando el tiempo compartido se va perdiendo en la lejanía de los recuerdos más sentidos, allá, donde el sol de nuestros días iluminaba los momentos consentidos por un sentimiento que se lleva más allá de las entrañas.

Decir que sí, que reconozco que los días grises, no son tan queridos, porque el peso de los tonos grises ensombrecen la alegría de otros años, de los tiempos más felices.

Decir que sí, que a veces la melancolía y la tristeza empañan los deseos de vivir en la oscura soledad del adiós a los amigos, y sentí con ello, que los días fríos son más fríos, y que el peso de los años idos deja cicatrices difíciles de borrar.

Decir que sí, que no puedo resignarme a la idea de vagar solo por las calles en las que solíamos andar, compartiendo las ideas, planeando actividades, contando nuestros sueños para vencer adversidades y decirnos la verdad.

Decir que sí, que soy difícil de entender, que en ocasiones no dejo de hablar por esa sensación de no dejar las cosas inconclusas, al pensar que el tiempo es tan valioso y los momentos de felicidad son sólo instantes.

Decir que sí, que extraño a mis amigos, a los muy pocos que he considerado como tales, los que dejaron en mí parte de su corazón, y que sin darme la razón perdonaron mis errores, porque consideraron que, por más tormentas y calamidades, eran más, mucho más las bondades de estar siempre ahí como yo estuve siempre para hacer míos sus problemas y necesidades.

Decir que sí, que les concedo la razón a los que piensan que soy un hombre solitario, pero tengo que decirles que no esto no es así, que nunca he estado solo, porque Dios bien lo sabe, que, aunque el tiempo o los lugares se hayan marchado, lo que nunca podrá irse de mí, es el amor que con todos ellos compartí.

En memoria para todos mis amigos, los que ya han partido al perfeccionarse en espíritu y los que siguen aquí, pero viven otras realidades temporales.

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