Hay personas, cuya forma de ser les permite blindarse de todo aquello que parece una amenaza, aunque no todo lo que perciben pudiera serlo, prefieren, pues, no correr riesgos innecesarios, mas, si se percatan de que pueden vivir sin necesidad de tener que preocuparse por lo que consideran efectos circunstanciales secundarios, podríamos decir que por ello, son inteligentes para su beneficio; más, siempre llevarán consigo la duda de si obraron realmente con certeza al hecho de negarse, debido a la posibilidad de la existencia de una realidad muy alejada de lo que especulan, y esto les ha privado de algo valioso y constructivo en su vida.

Tomar decisiones, sean acertadas o no, es un privilegio del ser humano, de ahí que no sea un hecho condenable el equivocarse, siempre y cuando, no se sienta que con ello se ha auto afligido un daño o ha dañado a terceros.

En mi niñez, un día me encontraba llorando, debido a que un gato del vecindario saltaba la barda de nuestra casa para llegar al patio donde yo criaba conejos; el felino parecía saber cuándo había crías, porque con sigilo esperaba la oportunidad para acercarse a las madrigueras y cuando asomaba uno de los pequeños conejillos lo atrapaba en sus fauces, y se lo llevaba; una amistad muy allegada a la familia que presenciaba la escena se acercó a mí para consolarme, diciendo que lo que estaba ocurriendo era parte de un proceso de la naturaleza, ya que los gatos comían ratones y los pequeños conejos en esa etapa parecían serlo; yo le dije que no era justo, que mis conejos no le hacían mal a nadie y menos los más pequeños; me dijo que estaba de acuerdo conmigo, pero insistió que así era la vida, que había hechos justos e injustos, que al parecer eran inevitables; entonces yo le dije que no permitiría que volvieran a ocurrir. Me pasé una semana haciendo guardia día y noche cerca de las madrigueras de los conejos, pero nada ocurrió, supuse entonces, que el gato había percibido mi presencia y mi intensión, confiado abandoné mi propósito; pero el gato de nuevo regresó y a pleno día se llevó a otro de los blancos conejillos de ojos rojos, tomé un barrote en mi mano derecha, lo perseguí , el felino trató de saltar la barda con su presa, que llevaba entre las fauces, pero por el peso no pudo y logré asentarle un golpe y con ello soltó a su presa, al verse acorralado demostró su fiereza ante mí, levanté el brazo para dar otro golpe, pero algo en mi interior me detuvo, con ello el animal dejó de mostrar agresividad, moviendo nerviosamente su cola y mirándome con timidez, giraba con lentitud su cabeza como buscando por donde evadirse, nos quedamos unos minutos sin movernos, luego tiré el barrote al suelo y el gato se levantó y sin perder su estampa salió caminando cojeando de una de sus patas traseras. Toda esa tarde me quedé pensando en lo sucedido, por un lado, sintiendo la pérdida de los pequeños conejos, por otro lado, por haberle asentado el golpe al gato. Poco después regalé los conejos a una persona que prometió cuidarlos mejor que yo, pero el gato siguió acudiendo al patio, pero esta vez no con el mismo fin, pues ahora comía del alimento que yo ponía diariamente en un plato.

Hay personas cuya forma de ser les permite blindarse de aquello que parece amenazarlos, otras como yo, prefieren rescatar lo bueno de aquello que parece malo, pues he comprendido, que más allá de lo que la naturaleza pueda dictar, siempre tendremos la opción de escuchar a nuestro corazón para obrar por amor.

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