Sí, los arboles por más hermosos que sean, son mudos, y qué decir de las piedras, que soportan nuestro peso cuando caminamos sobre ellas, no se quejan, no dicen nada; y qué contar de las paredes, que calladamente nos observan, y guardan celosamente nuestros más íntimos secretos. He de confesar, que no me asusta el hecho de pensar en ello, porque todos sabemos, que si alguno pudiera hablar, lo hiciera en un lenguaje que el hombre aún no puede descifrar. Decir lo que cuento, pudiera ponerme en aprietos, pues, para muchos, el que habla con tales sujetos, seguramente loco de remate ha de estar; pero no me preocupa el que dirán, mas he de confesar, que de los tres en mención, sólo con los árboles me he permitido hablar, tal vez, porque son seres vivos, tal vez, porque al menos parecieran escuchar, cuando el viento mueve sus ramas como alegando acompasadamente, dando la apariencia de un diálogo singular, pero igual, son muy honestos, porque guardan en silencio todo lo que pudieron escucharnos hablar.
Mas que tristeza me da el saber que la gente, aunque pudiendo hablar, prefiere guardar silencio, un silencio que no se puede explicar, algunos dicen que es por prudencia, otros que por miedo, algunos no hablarán disque por por vergüenza, en fin, siempre habrá un buen pretexto para no poderse expresar.
A todos debemos respetar, al que habla mucho, al que habla poco y al que no habla nada; que cada quien haga de su silencio una forma de expresar su inconformidad de cómo le este yendo en la vida; a mí, mis queridos amigos, solo me queda esperar y tener paciencia, más, un favor quisiera pedir, que si mi interminable parloteo le molesta, me lo haga saber, para guardar respetuosamente silencio.
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