Ayer fuimos a la casa de una de nuestras hijas, pues mi esposa le llevaba un platillo que le gusta mucho a nuestra nieta María José, le hablo por el celular a nuestra hija para que saliera a la puerta a recogerlo, antes de que abriera el portón, María Elena se baja del auto con el alimento en una de sus manos y apenas se asomó mi hija, cuando ella le entregó el recipiente, pero inesperadamente María José logra salirse y sin más se abrazó de la cintura de su abuela, aferrándose tan fuertemente, que ella hizo lo mismo.
En otras ocasiones, antes de la pandemia, mi nieto José Manuel hacía lo mismo conmigo, pero al niño le quedó muy claro, que debido al evento epidemiológico, tiene que guardar sana distancia; pero al ver que su hermanita seguía aferrada a su abuela , el niño se me quedo viendo y me dijo: Mira abuelo, María está haciendo algo incorrecto, yo le pregunté qué era lo incorrecto, y él contestó, que abrazaba a la abuela y el coronavirus podría estar por ahí; ello me obligó a decirle a mi esposa que guardara la sana distancia, por los motivos que José Manuel aludía, y ella muy a su pesar se retiró, se subió al auto y emprendimos el regreso a casa; sin que yo dijera nada María Elena dijo: No me reproches nada, la niña me abrazó con tanta emoción que yo no pude resistirme, y no podía despreciar esa muestra de amor que tanto deseo día a día, por eso al sentir la presión de sus brazos en mi cintura, me dije: De que la abrazo, la abrazo.
Yo seguía callado, con las manos aferradas al volante, sin dirigirle la mirada, lo que ella interpretó como una actitud de molestia de mi parte, pero lo que no sabía ella, es que sentía un gran nudo en la garganta y que desviaba la mirada para que no viera que estaba a punto de soltar las lágrimas, así es que encendí la radio y disimulé que estaba sintonizando alguna estación de la localidad, con la esperanza de escuchar alguna melodía que me hiciera olvidar el triste suceso.
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