De qué estás hecha, madre, que aun estando dormida se siente la energía que mueve a todos tus frutos.

De qué estás hecha señora mía, que el calor de tu cuerpo alcanza para quitar el frío hasta el último de tu descendencia.

De qué estás hecho sol, que iluminas todos nuestros días y cuidas de tus hijos con los destellos plateados de las noches más oscuras.

De qué están hechos tus ojos, que cuando despiertas, tu dulce mirada le dice en silencio a mi alma, que esté en paz y en calma, porque siempre estarás conmigo.

De qué están hechos tus labios, ternura, que aún viven en mí, desde que los posabas en las mejillas rosadas de aquel niño que fui.

De qué están hechos tus brazos, ahora un tanto retraídos por aquel abrazo que quedó en espera, para cuando llegara el quebranto a mi vida.

De qué está hecho tu pensamiento, que aun estando callado me hace sentir que me amas, como yo te amo a ti.

De qué está hecha tu calma y paciencia, que llama a  mi conciencia, para que pueda yo resistir cualquier tipo de ausencia que no pueda consentir.

De qué están hechos tus hijos, que a pesar de su inconciencia, parecen          escuchar tu llamado, para cuidar el legado que nos has heredado para que vivas eternamente a nuestro lado.

Madre, acaso es tu buena madera la que da a tu vida maravillosa paciencia que tanto nos gusta presumir.

Madre, ahora lo sé, estás hecha de la divina madera de la cruz, que le diera la victoria a Jesús sobre la muerte, para rescatarnos de la condenación a los que hemos pecado.

enfoque_sbc@hotmail.com