No me cabe la menor dudad de que Dios está siempre pendiente de nosotros; solamente aquél que no cree, y por ende no tiene fe, no puede ver los prodigios del Señor; me siento muy afortunado de haber desarrollado la capacidad de ver y oír más allá de lo que percibe un ser humano en condiciones de ensimismamiento, y por ello, me doy cuenta de que todos los días ocurren sucesos extraordinarios, que son pruebas fehacientes del poder de Dios, y de que todos los días, podemos sentir su presencia y cómo obra para bien en nuestra vida.
Antes pensaba que para estar en gracia del Señor se requería realmente ser un verdadero santo, y no dudo que los hombres y mujeres, con ese extraordinario amor por cumplir con el Evangelio de Cristo no lo sean; ahora sé, que todo ser humano que sienta que posee un buen corazón puede agradarle a Dios y puede aspirar a ocupar un lugar en su reino.
Si tú crees y sientes que eres bueno, no dudes en ningún momento que lo eres; en el mundo encontrarás muchos obstáculos para bloquear tu sana intensión de hacer el bien, de hecho, caerás muchas veces antes de comprender que hay fuerzas contrarias a la voluntad del Señor, que buscarán por todos los medios de desviar tu camino a la santidad.
Yo no soy un santo, pero sé que soy una persona buena a los ojos de Dios, porque él así me lo ha hecho sentir y quiere lo mejor para mí, de otra manera, no me explico todo lo bueno que me sucede cuando no creo merecerlo.
“Bienaventurados los que tienen puro el corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5:8)
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