En los textos bíblicos de este domingo se puede extraer la siguiente reflexión: en tiempos de Jesús el dominio político de Roma sobre Judea estaba consolidado.

Los impuestos que debían pagar constituían el signo más palpable pero no faltaban quienes oponían resistencia a este impuesto. Por una pare estaban los colaboracionistas que pertenecían a las clases aristocráticas: los saduceos quienes aceptaban pacíficamente: otros eran completamente contrarios. En medio de dos extremos estaban los fariseos que lo pagaban pero con reservas mentales y no sin dudas.

Den pues al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Este axioma, tomado del evangelio, es usado aún en nuestros tiempos. Jesús lo mencionó dando respuesta a quienes le pusieron la trampa. Desde entonces esta frase sale a colación en situaciones de conflicto entre el poder civil y los deberes religiosos.

El Evangelio explica cómo estuvo la situación en la que se planteó la pregunta al Maestro, y cuáles fueron las intenciones. Esos fariseos organizan un complot contra Jesús asociándose a los partidarios de Herodes -los más intransigentes hacia el poder de los ocupantes- y con los representantes de la facción favorable a los romanos.

Pero como sucede siempre las “cabezas principales” es decir, los “autores intelectuales”, en este caso los fariseos, se quedan hábilmente aparte.

Aquellos que habían inspirado la pregunta no pensaban en otra cosa que: agarrarlo “de bajada”, poniéndolo frente a un dilema sin salida posible. Ya respondiera “si” o “no”, de cualquier modo “estaría perdido”. “¿Sí?”, estaría contra los sentimientos del pueblo y se le colocaría entre los aborrecidos colaboracionistas; su pretendida actitud de misericordioso hacia los publicanos estaría motivada sólo por el interés del lucrativo servicio que prestaban a los romanos; su desprecio a la ley se volvería evidente.

“¿No?”; los simpatizantes de Herodes no habrían dudado de denunciar su rebelión contra el poder establecido. La trampa había sido planeada perfectamente. Jesús no podía escapar de ella.

Jesús escapa al rigor del dilema que se le planteó, bajando de la esfera de los principios al terreno de los hechos: ¿Qué los judíos no usaban monedas con la imagen y la inscripción del emperador romano? Por supuesto que sí. De esta manera terminaban por reconocer prácticamente el dominio extranjero; el pago de los impuestos es una lógica consecuencia de ello.

De cualquier manera vale, en todo caso, el principio de “dar a Dios lo que es de Dios”, es decir el reconocimiento de Dios como único Señor.

Se puede orar con palabras de la oración de la misa: “Dios todo poderoso y eterno, haz que nuestra voluntad sea siempre dócil a la tuya y que te sirvamos con un corazón sincero”.

Que la paz y el amor del buen Padre Dios permanezcan siempre con ustedes.