En la pítica, como en otras actividades, el que no cuida las formas está ubicado en una completa y total desventaja: el protocolo, los requisitos establecidos institucionalmente y esas cosas dan forma a una sociedad democrática que se precia de cumplir a todos con la participación, también, de todos.
Y el “pecado” de algunos institutos políticos es conducirse con una tremenda soberbia que mata, que enferma, como es el caso del diputado Mario Delgado, aquel que se ufana de ser vasallo del presidente López Obrador, que, aunque ya lo sabíamos y se conoce totalmente su pusilanimidad, no es necesario que nos recuerde que es servil.
Uno de los grandes “pecados” de los miembros de ese grupo llamado “Cuarta transformación” es que aún se encuentran mareados de aquella victoria que poco a poco se va desdibujando, cuando el señor AMLO ganó la presidencia.
A los cuatro vientos gritan que son los ganadores, y descalifican todo cuanto viene de otros políticos no afines a su sometimiento a un caprichoso ente que solamente sabe ver sus ocurrencias.
Porque nadie en su sano juicio hubiera validado en el mudno entero las “encuestas” que dij hacer López sobre el aeropuerto, que todos sabemos, constituyen un delito por el engaño, y un fraude porque no se llevaron a cabo con rigores metodológicos ni nada por el estilo, sino con la decisión del “dedito” de ese señor que ocupa hoy la presidencia. Nada más ilegal, y lo peor es que los legisladores que se supone, están para hacer las leyes y por lógica, respetarlas, avalan los caprichos de su líder, y abiertamente lo gritan –“Es un honor estar con Obrador”- y qué bueno que sean fieles a su Mesías, pero no pueden, o no deben ser tan sumisos y agachones.
Si realmente quisieran algo mejor para el país, hubieran puesto a funcionar su cabecita al menos en un porcentaje reducido para que nos creyéramos que son seres pensantes y con ideología propia, con criterio y madurez, y no los vasallos que ciegamente cumplen la orden de su patrón.
Seguros estamos que si les manda tirarse al precipicio, lo hacen encabezados por Mario Delgado, por Ricardo Monreal, por la Polewnski, aquella mujer con más complejos que talento, o con una política gris como es la Sheinbaum, entre muchos otros, sin contar al majadero y corriente de Noroña, porro político cuya función es la de ser agitador en la Cámara y nada más.
Se han significado por ser una turba -no merecen que se les diga “clase”- agachona, bravucona, intolerante y cerrada.
México requiere de gente que piense y decida por el bien de todos sin fanatismos. ¿Qué trabajo le costaba a Obrador hacer la encuesta del aeropuerto, por ejemplo? Porque sabía que legalmente no pasaría su capricho.
Nuestros políticos tienen que aprender a serlo, sin duda alguna.
Y en Tamaulipas, ya se están agarrando “del chongo”, por la nominación de quien será su pastor o pastora en el Congreso local, porque no pueden ponerse de acuerdo, demostrando grandes dosis de hambre de poder y de que son capaces de cualquier cosa con tal de lograr sus viles propósitos.
No entendieron que deberían sumar y no restar, y no solo entre sus militantes, sino de otras fuerzas políticas, toda vez que en esa actividad la concertación es la mejor arma que pueden manejar.
Pero su ego, su orgullo mal encaminado y su pusilanimidad no les dan para más, y lo peor es que se llevan entre los pies a los tamaulipecos en este caso, y en el otro, a todos los mexicanos.
Pero nos asombra que hay gente en redes sociales que, viendo estas ilegales acciones, viendo encuestas de mentiras y planes donde abundan los ladrones como los Bartlett y otros más, siguen pensando que Morena es la esperanza de México.
¡Valiente esperanza!
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