Aquí estoy, sentado, observando cómo el atardecer es empujado por un moderado viento del norte, que se afana en reacomodar las nubes en el cielo, y cómo los tristes rayos del sol, parecen despedir el día para anticipar la noche; y una vez que el azul se cambia a gris, empieza el retumbo de tambores con marcadas pausas, como si con ello anunciaran también la llegada de la melancolía que enmarca los recuerdos de mi infancia. Ya se ve cómo algunas gruesas gotas empiezan a caer, y no puedo evitar caer yo también, pero caer en la tentación de tratar de atrapar algunas, pero las gotas se empeñan en jugar conmigo, y escapan de mis manos, logrando tocar mi cuerpo, que se estremece al sentir lo frío; y recordando un impulso propio de un niño, me hace emprender una loca carrera, buscando el resguardo de aquella vieja casona de gruesas paredes de sillar y techo de lámina, para evitar un posible resfrío, no sin antes el regaño de quienes quise tanto y sigo amando.
Y el viejo encino frente a la casa pareciera estar llorando, pero parece ser consolado por la lluvia que le dice que sólo lo está bañando, para que luzca el brillo de sus sedosas hojas, para que siga embelleciendo el paisaje y sirva de inspiración a ese pequeño niño que escribe gustoso lo que el Señor le está dictando.
El viento sigue reacomodando las nubes y poco a poco parece que se van alejando del caserío, para plantarse por encima de la sierra, y mientras eso ocurre, no puedo dejar de notar cómo las plantas y los árboles que hermosean las banquetas, mueven su follaje, incluso, sin estar sujetas al viento, y parecen implorar al cielo que deje caer la lluvia sobre ellos, pues aseguran ya se sienten castigados, y envidian a sus hermanos, que libremente recubren la tierra virgen, allá en la sierra.
Y mientras la lluvia golpetea sobre el tejado, y los truenos amenazan al viento con despedirlo, aquel niño implora al cielo bendiga la tierra con el llanto que arrebató de sus ojos, cuando se despidió su infancia, de los sueños maravillosos y de la gente que tanto amaba.
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Cuando llueve en el alma
Aquí estoy, sentado, observando cómo el atardecer es empujado por un moderado viento del norte, que se afana en reacomodar las nubes en el cielo