De repente, entendà por qué en varias ocasiones se ha repetido el mismo sueño, empieza como una aventura y termina convertido en pesadilla, me asusta tanto, que hace que me despierte angustiada en el transcurso de la noche.
Hace algunos años, estando de visita con una de mis hermanas en Guadalajara, me fui de compras a uno de los almacenes más grandes de Zapopan; entusiasmada con tantas promociones, no pude darme cuenta en qué momento se me hizo de noche.
Me apresuré y tomé mi celular para solicitar los servicios de un Uber y salà a la puerta a esperar su llegada.
Al cabo de unos minutos, concentrada en comprobar las placas de los carros que se acercaban, sin apenas percibir su presencia, de repente y por la espalda, un joven manejando una bicicleta a gran velocidad, intentó arrebatarme el bolso y de paso el celular; por instinto, apreté el brazo y la mano, impidiendo que se los llevara.
Todo fue tan rápido que me quedé paralizada observando cómo se perdÃa en la distancia.
Los siguientes minutos de espera me llevaron a una reflexión inmediata, ¿qué hubiera sucedido de perderlos? ¿Cómo hubiera podido regresar a donde mi hermana me esperaba?
Infinidad de preguntas me asaltaron. ¿Cómo identificar mi Uber sin el apoyo del móvil? ¿cómo pedir apoyo sino recordaba el nuevo teléfono de su casa y menos su dirección exacta?
Con escalofrÃos recorriendo mi cuerpo comprendà la enorme dependencia que tengo de ese aparato que se ha convertido en una extensión de mà misma.
Apenas si recordaba mi número personal a fuerza de repetirlo cada vez que hice un trámite o me inscribà en las plataformas de Internet o en las distintas redes sociales, pero ¿cuál era el número actual de casa, tantas veces cambiado, a fuerza de proteger la seguridad de los mÃos?
Intenté recordar los celulares de mi esposo y de mis hijos y no sé si por la confusión del momento, pero no los recordé, siempre los buscaba en automático desde mis Contactos, donde solo se registran sus nombres.
Me embargó una sensación de desamparo y ansiedad tan grande que aún después de tantos años me persigue en mis sueños. El imaginarme perdida, en medio de una ciudad desconocida, sin un celular en la mano y sin mi monedero, por más esfuerzos que hago de encontrar una alternativa lógica de cómo resolver la situación, me supera el sentimiento de estar a la deriva.
En qué momento los teléfonos móviles vinieron a suplantar las agendas donde guardábamos esos datos tan personales que nos obligaban a memorizar nombres, teléfonos y direcciones de los más cercanos, padres, hijos, hermanos, amigos, y sin esfuerzo recordábamos esa información que llevábamos grabada en nuestra memoria. En qué momento vinieron a suplantar los enormes directorios que acumulaban esos datos públicos y a los que acudÃamos con toda la certeza de ubicarlos.
Aparentemente las agendas en los móviles nos facilitan todo. Ya ni siquiera reparamos en el intento de recordar, de inmediato buscamos en sus archivos y en un segundo tenemos a la mano cualquier dato, pero lo cierto es que estamos dependiendo cada vez más de su presencia.
Aseguran los expertos que analizan las consecuencias del uso excesivo de los teléfonos móviles que, sin apenas darnos cuenta, estamos perdiendo nuestra capacidad de memoria a corto plazo, ya que reemplaza el proceso de recuperación de datos y recuerdos de una forma espontánea, sin requerir el esfuerzo cognitivo por traer al momento, algo que se ha quedado almacenado en nuestra memoria a largo plazo.
Cada vez que despierto asustada, vuelvo a proponerme aprender de memoria los teléfonos de casa, de mi esposo, de mis hijos y sus celulares, me propongo no dejar en ese dispositivo mi seguridad. Me empeño en mantenerme conectada con ellos, no por medio de este aparato, sino por mà misma, independientemente de que se me acabe la pila o me lo roben.
Pedir apoyo para solicitar contactarme con los mÃos no me representa el menor esfuerzo, lo harÃa sin mayor problema, pero si no recuerdo a quién llamar, ¿cómo acudirÃan en mi auxilio?
Esa angustia que me supera aun siendo una persona adulta con tantos recursos para resolver cualquier situación de emergencia, me lleva a pensar en la urgencia de que los padres que tienen hijos pequeños les ayuden a memorizar sus números telefónicos como una medida de protegerlos y de asegurar su regreso a casa.
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