En un corazón sensible, habrá siempre un motivo especial para dejar escapar de forma imperceptible, de lo más profundo del ser, las palabras de un espÃritu enamorado de la vida, interpretando con ello acaso los santos, la rebeldÃa de éste, por la osadÃa de negarse a volver a su divina y original esencia.
Si para el mortal de fe cristiana persiste la gloriosa idea, de que en nada podrÃa compararse el deseo de permanecer y padecer en la tierra lo inimaginable, a tener la valiosa oportunidad de ir a un cielo de magnánima felicidad alucinante. Por qué te aferras entonces espÃritu desesperado a seguir experimentando la desafiante consecuencia por faltar de tu obediencia, por qué enfrentar el duro trance de la dualidad desconcertante, si por haber sido creados a imagen y semejanza del Padre Celestial, y por nuestra caprichosa naturaleza humana insistimos en la locura de desafiar el poder y las leyes de nuestro guÃa espiritual.
Siendo el amor el mandato principal de Jesucristo nuestro Salvador, ¿por qué extrañarnos de que el espÃritu se enamore? ¿Por qué del hecho discordante de que se niegue a retornar a su divina base?
Es la palabra del espÃritu alojado en lo más profundo de mà ser, la palabra de mi Cristo Rey, que reinante es también de mi corazón de la vida enamorado y que me obsequió para ser un mortal feliz esperanzado en retornar a Él.
¡Oh! espÃritu enamorado de la vida, porque estás vivo y viva es tu energÃa, mueves a tu entera complacencia mi existencia, entonces te pregunto con temor y con respeto ¿De qué soy dueño yo, si todo lo que soy y todo lo que tengo es de mi Señor?
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