¿Cuánto les cree usted a las encuestas?
Me refiero, por las circunstancias que actualmente vive México, a las realizadas en el terreno electoral.
La verdad, si fueran las experiencias registradas en ese contexto las que nos dieran la pauta para responder, podría decirse que hay que creerles lo mismo que al “Bronco” cuando dice que él personalmente le cortaría la mano a un ladrón, olvidando que lo primero que debería cortarse a sí mismo es la lengua.
No hay seriedad en esos sondeos. Se lo digo con conocimiento de causa.
Tres factores anulan en gran medida la credibilidad de esos ejercicios:
Uno de ellos es que son apenas un esbozo muy superficial del sentir social, que en la realidad no representa ni la mitad del 1 por ciento de lo que piensa y planea el restante 99 por ciento de quienes –es obvio que resulta imposible hacerlo– deberían ser consultados, en este caso los votantes potenciales.
Cheque el dato: el Instituto Nacional Electoral registra más de 90 millones de votantes potenciales y muchas de las encuestadores se sustentan en un “nano universo” de 50 mil consultas y tal vez en el mejor de los casos 200 mil. Eso sí, “representativos”, de acuerdo a la empresa que hace la chamba.
Caray, los 200 mil ni siquiera se acercan al 1 por ciento del listado original, pero hay que resaltar un detalle: sólo vota alrededor del 40 por ciento de los 90 millones, lo que se traduce entre 36 y 40 millones de votos. De la segunda cifra el 1 por ciento –400 mil– tampoco sería alcanzado, ¿Cuál representatividad?
Si me permite, paso al segundo factor.
Quien acepta ser encuestado suele ser el inconforme, el enojado, a quien en una frase “le ha ido mal”. Ciertamente también hay gente con madurez y sentido común que atiende la llamada telefónica o al encargado que lo aborda en la calle o toca a su puerta, pero es abrumadora la diferencia entre un sector y otro. El resultado es que el balance es irreal, porque las opiniones son en su gran mayoría de los que están contra un sistema o contra una persona. El equilibrio es una joya que no es común en las encuestas.
¿Y el tercero?
Las encuestadoras son una empresa y como tal, buscan utilidades. La frase comercial que asienta “El que paga manda” no es precisamente su lema oficial, pero sin duda –y he sido testigo de esas circunstancias– el no “molestar” al cliente del momento permea en muchos casos el saldo de la consulta. Puntitos más al que firmó el cheque y puntitos menos al rival, ¿cuánto daño puede hacer? según sus responsables. No escribo sobre las rodillas en el tema.
Ojo: Me refiero estrictamente al tema electoral, no al de las encuestas de “marketing” privadas.
¿Entonces no sirven para maldita la cosa las encuestas?
Claro que sirven, pero son solamente una pálida, muy pálida, sombra de lo que opina en este caso los que irán a las urnas. No dudo que marquen una tendencia o una corriente de simpatía, pero de eso a aplicarlas como la verdad casi absoluta media una distancia extraordinaria.
Un ejemplo cercano en Tamaulipas lo es Baltazar Hinojosa Ochoa. Incluida Mitofsky con toda su credibilidad en las alforjas, las encuestadoras más prudentes aseguraban que el matamorense tenía entre 5 y 6 puntos de ventaja sobre Francisco García –en el Estado más o menos 200 mil votos– y terminó 8 puntos abajo. ¿Cuál credibilidad?
Y no olvide esto para que no se llame engañado después del 1 de julio:
No lo incluí entre los tres factores principales porque éste es un dato que se desprende de otros escenarios, pero históricamente y así lo consignan las estadísticas de las mismas encuestadoras, el 30 por ciento de los electores, alrededor de 12 millones de ciudadanos y ciudadanas en el caso de los 40 millones que participan, deciden por quién votar en los últimos 15 días de las campañas. Pueden reafirmar un triunfo o mandarlo al cuerno. Así de sencillo.
¿Cuál es entonces la certeza de quién ganará la Presidencia de la República?
No. No la hay. Cosas de la democracia…

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