Empezamos 2022 en estado de alerta a nivel mundial, derivada de los alarmantes niveles de contagios de Covid-19 en las variantes de Ómicron y Delta; tan solo Estados Unidos el pasado 5 de enero reportó 885,541 nuevos casos en 24 horas; Francia, 271,974; Italia, 170,837 y España, 117,775.

En México, gracias a los niveles alcanzados con el programa de vacunación, pudimos disfrutar en familia las pasadas fiestas navideñas, pero las consecuencias no se han hecho esperar, y aunque los contagios están al alza, todavía no se comparan con lo que está sucediendo en Canadá, Estados Unidos y Europa.

No obstante, se han encendido los focos rojos y muchos estados de la república han empezado a cambiar su semáforo Covid alejándose día a día del Verde, acercándose varios de ellos a la alerta máxima. Los llamados de las autoridades de salud son cada día más reiterativos: “No bajemos la guardia, la pandemia no ha terminado”. La invitación para vacunarnos es permanente y ahora se hace más que evidente la necesidad del refuerzo.

Estábamos muy conscientes de los síntomas que originalmente identificaron al virus, sabíamos que aparte de todo, la señal inequívoca era la pérdida del olfato y del gusto, no había de otra. Sin embargo, ahora las cosas han cambiado, con la nueva variante, se ha complicado aún más, porque el Ómicron puede confundirse con un simple resfriado o una gripe común. Un estornudo repetido es suficiente para correr a hacer fila en los laboratorios que hacen las pruebas rápidas.

Todos estamos ante la posibilidad de un contagio por los niveles tan altos de transmisibilidad que tiene la nueva variante. Esa realidad nos ha llevado a vivir en una constante ansiedad que ha ido en aumento conforme las noticias se esparcen y crece la preocupación y el miedo a ser uno más en las estadísticas. Hemos podido ver que no respeta ni edad, ni sexo y que lo mismo se ha llevado a deportistas pero que personas con comorbilidades, han logrado superarlo. Todo es incierto, no sabemos en qué situación nos encontramos, cuáles serían las posibilidades reales que tendríamos para enfrentarnos no solo a la enfermedad, sino a sus terribles secuelas.

Esto ha derivado en una complicación mayor que nos afecta a todos poniendo en riesgo nuestra salud mental. Hemos transitado del estrés, la ansiedad, el miedo, la tristeza, la soledad que inicialmente vivimos con el confinamiento y la falta de contacto físico con nuestros familiares y amigos y con las rutinas laborales y sociales, a la ansiedad, el pánico y la depresión.

Hemos vivido un desgaste emocional como nunca antes. Nos sentimos frágiles, indefensos y a la deriva. No hay en el corto plazo nada que nos indique con certeza que esto terminará. Ahora los síntomas son tan comunes que de la noche a la mañana nos despertamos sintiendo que tenemos Covid y vivimos la angustia de enfrentar en carne propia esta terrible pesadilla, por eso, ante el menor atisbo, corremos angustiados a someternos a cuantos exámenes sean necesarios con la única esperanza de confirmar que estamos bien.

Si ya presentamos alteraciones en el sueño, sentimos falta de motivación para seguir cumpliendo con nuestras responsabilidades laborales y de familia, si tenemos desgano para hacer cosas nuevas y empezamos a sentirnos permanentemente cansados, es momento de reflexionar hasta dónde estamos sufriendo covid mental y el miedo nos ha paralizado sin habernos contagiado del virus.

Si hemos cerrado la puerta y nos hemos aislado del mundo, negándonos a enfrentar el problema, ya vivimos la covid mental. Si nos ha invadido el pesimismo y solo hablamos de la tragedia, somos transmisores de la covid mental. Si todo contacto con otra persona nos representa una amenaza, un peligro que pone en riesgo nuestra vida, no hay duda, ya estamos contagiados de la covid mental.

Si vivimos cambios en nuestro estado de ánimo, irritabilidad, baja tolerancia a la frustración y recurrimos a la violencia verbal o física, si nuestra ansiedad ya se manifiesta a través de sensaciones de angustia exacerbada, ahogo, taquicardia, nerviosismo, sudoración excesiva, miedos incontrolables, es necesario buscar apoyo profesional.

No sólo la infección del Covid como tal pone en riesgo nuestra salud, hoy en día es más que evidente el daño emocional que estamos presentando todas las personas sin importar raza, color, credo o ideología; de ser necesario hagámonos las pruebas de COVID pero de manera inteligente, con un fundamento clínico epidemiológico que las sustente, sin olvidar analizar primero, que nos impulsa a correr como locos a formar parte de las enormes filas que día con día crecen irremediablemente en los laboratorios.

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