¿Cómo está tu corazón hoy, medio lleno o medio vacío? Esa cuestión surgió después de preguntarme: ¿Qué es lo que te pasa? tú no eras así, ¿qué ocurrió en tu vida que de pronto tu corazón empezó a verse medio vacío? Y sí, efectivamente, dejé de ser quien había sido desde que nací, olvidando con el tiempo quién era. Todo pasó durante mi desarrollo, mientras enfrentaba una serie de eventos que percibí como negativos y que me ponían a prueba, y que poco a poco iban endureciendo mi carácter; pero a pesar de ello, no me era posible sostener tal actitud, pues mi enojo, mi coraje, mi intensión de desquite, cedían aún más fácil de como llegaban. Regresaba pues, si no al mismo punto de partida, sí a un estado más maduro, de mayor consciencia, que dejaba entrever, que aquella virtud con la que había nacido, seguía intacta, y que con cada reto, ya fuera que saliera victorioso o aparentemente vencido, algo más poderoso que el orgullo generado por la ofensa se fortalecía en mí, algo indescriptible, pero sentido como una gran fuerza que ponía en paz a mi alma y la alentaba a la renuncia de mis nocivas intenciones, llenándome de un arrepentimiento sincero en busca del perdón e implorando misericordia.
Mi corazón frecuentemente se siente medio vacío cuando mi pensamiento me hace desdichado por no sentirme satisfecho, por no lograr obtener de mis seres amados lo que deseo: atención, comprensión, respeto, el reconocimiento o validación emocional a mi persona; más, ese sentimiento de estar medio vacío, es tan efímero, que acaso logra alertar a mi espíritu con la anticipación necesaria para no seguir dañando mi autoestima.
De niño, mi madre siempre me citaba un versículo de la Biblia, cuando tímidamente y entrado en desesperación le suplicaba que me amara como sentía que amaba a mi hermano mayor: “No son los que están sanos, sino los enfermos los que necesitan de médico” (Mt 9:12)
De una cosa estoy seguro, si no sintiera cuando mi corazón se siente vacío, tal vez nunca estaría dispuesto a reconocer mis errores producto de mis debilidades, pero lo más doloroso sería no poder llenar ese corazón con el amor de Jesucristo, quien jamás me ha abandonado cuando me suelto de su mano, pensando que puedo salir victorioso de una contienda que nada tiene que ver con el logro de una felicidad personal. Nadie que no pueda amar a su prójimo, podrá amarse a sí mismo y mucho menos podrá jactarse de amar a Dios.
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