Afortunado es quien siembra un árbol y puede disfrutar de su sombra y de sus frutos. Afortunado el que tiene consciencia para comprenderlo, y amor por la vida para disfrutarlo.
Me han dicho que soy un conformista, algunos piensan, que pude obtener, y aún puedo tener más cosas en la vida, pero no me atreví a luchar por ellas; yo les he contestado, que no he venido a esta vida a acumular cosas, y si bien es cierto, que aún no me queda muy claro cuál es mi misión, sin duda, Dios me ha puesto en el camino correcto para saberlo.
Si de algo me pudiera arrepentir, sería el no haberme percatado de lo que significa mi vida para mi Creador, pero él no me ha dado oportunidad de hacerlo, porque en el más mínimo detalle que pone frente a mí, veo, escucho y siento su presencia.
Afortunado soy y reconozco con humildad, que en todo lo que hago hay sabiduría y que ella viene del Padre celestial, que, si al hacerlo se me juzga engreído o loco, lo prefiero, a consentir a que se me juzgue como un ignorante de poca fe.
¿Cuántas veces has pisoteado la vida, la tuya y la de los demás? ¿Cuántas veces has rechazado el futo de la sabiduría y te aferras a negar que eres hijo de Dios?
En verdad, no hay temor más grande en la vida que reconocer tu divinidad, porque el hombre desterrado del paraíso, vaga desde entonces buscando su identidad, y en cada paso tropieza con la sabiduría, a la cual le ha dado siempre forma de cosa material, más nunca la escucha, la ve o la siente como producto de su divinidad.
¿Conformista yo? nunca podría serlo, porque me queda mucho por recorrer para conocer mi verdad, pero seguro estoy, que está muy ligada con el que es el camino, la verdad y la vida.
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