En mi adolescencia, en ocasiones, sentí el rigor del castigo físico proveniente de los abuelos, y la verdad, no entendía cómo era posible, que un inocente juego entre primos, pudiera desatar tal enojo. Ante lo que consideraba un injusto castigo, siempre me quedaba el resentimiento, curiosamente, el dolor físico desaparecía un par de horas después, más el dolor emocional persistía más de tiempo. Un día, envalentonado le pregunté a mi abuelo materno por qué le molestaba tanto que jugáramos y él me contestó, que no nos castigaba por estar jugando, sino por la falta de respeto a su autoridad y siguió diciendo: Si quieren evitar cualquier castigo obedezcan a la primera; después de esa explicación procuré no contradecir su autoridad y todo cambió, de esa lección de vida, aprendí a respetar a mis mayores y me propuse utilizar el diálogo ante cualquier circunstancia que amenazara con desatar una confrontación, sobre todo con la familia.

Ayer se presentó una situación que ameritaba aclarar un mal entendido entre uno de mis nietos y yo, y digo mal entendido, porque mi nieto confiado en la idea que yo podría solucionarle una necesidad, no emitió el mensaje claro de su deseo y dio por hecho que yo me haría cargo del asunto, y cuando estuvimos en el punto crítico, yo confié en que él se haría cargo de su responsabilidad y no fue así, por lo que sentí que me había utilizado; esta situación generó una llamada de atención de mi parte, haciéndole ver la importancia de los valores de la responsabilidad y la confianza, más él se quedó sorprendido por mi respuesta, y trató de argumentar su defensa escudándose en el amor que sabe que le tengo, mientras que yo quería dejar en claro que había procedido mal; aparentemente todo había quedado en una recomendación de mi parte, diciéndole que quería que se forjara una personalidad con buenos valores, pero no percibí que la discusión lo había lastimado, hasta que su madre me contó, y en ese momento pareció que se abrían mis viejas heridas del pasado, y me dije:

No me perdonaría que mi nieto guardara resentimiento, por lo que acudí a su casa, me recibió su madre y me dijo que mi nieto no deseaba verme, esperé un poco, sentado en la sala, pues deseaba verlo; minutos después mi nieto se presentó, se me quedó mirando, y no encontré ninguna señal de desprecio, por el contrario, sin decir una palabra, nos dimos el abrazo del perdón.

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