“Hay mucho que decir en favor del periodismo moderno. Al darnos las opiniones de los ignorantes, nos mantiene en contacto con la ignorancia de la comunidad”…
Oscar Wilde
Es histórico: En cada gobierno, sin importar el orden de competencia, suele suceder lo mismo.
En el ánimo de ahorrar en el gasto público o por lo menos ese es el argumento básico, muchos funcionarios en turno ponen la mira en Comunicación Social, el área encargada de difundir el trabajo oficial de esas administraciones desde el titular, sea Presidente de la República, Gobernador o alcalde, hasta los servidores públicos de menor jerarquía institucional.
Los argumentos no han cambiado desde que esa función surgió:
“Se gasta mucho, no se obtienen resultados positivos, es mejor destinar más recursos a programas sociales” y otras cantaletas por el estilo. Sexenio tras sexenio, trienio tras trienio, son los mismos reclamos.
Curiosamente, esos lamentos casi nunca han tenido seguimiento. En poco tiempo, las mismas voces que se desgarraban en aras de lo que para ellas era buen uso de los recursos, extrañamente olvidaban esa exigencia.
Bueno, no tan extrañamente.
Esos funcionarios que pedían austeridad en manejo de información institucional, eran los primeros en denunciar que no se promovía su imagen o la de la dependencia bajo su responsabilidad, demandaban atención y se quejaban de “no ser cuidados”, para terminar tragándose sus palabras para pedir a gritos conservar el presupuesto en Comunicación.
No se mal interprete esto, Lo anterior no es una defensa del gasto en los medios masivos, sino sólo un escenario que se replica cíclicamente y demuestra que quienes satanizan el destino de ese dinero son generalmente –siempre hay excepciones– quienes más ineficientes y corruptos son, por lo que el balconeo de sus desmanes es lo primero que aparece. Cosechan lo que siembran.
No es eso todo el riesgo que corre este sector de las comunicaciones. Otros embates se ciernen sobre las empresas en ese entorno y un ejemplo de eso es lo señalado ayer en entrevista en Ciudad Victoria, por el diputado federal Erasmo González Robledo.
El legislador se lanzó a la yugular de los medios formales de comunicación.
Amparado en una reforma bautizada como “Ley de Medios”, criticó a la prensa sin precisar áreas de trabajo y mucho menos identificar a sus representantes, al señalar que “desconoce una acción de los medios que haya dejado un beneficio para Tamaulipas”.
“Los empresarios tendrán que reconstruirse, reinventar, el tema es que cuando tienes mucho presupuesto en la difusión y medios de comunicación eso obliga a tener otros esquemas para comunicar, que no cueste mucho”, asentó.
Dos aspectos, en la percepción de su servidor, parecen desprenderse de la postura del ex priísta y fracasado aspirante a la gubernatura.
El primero es que se trasluce un mecanismo de intimidacion para los comunicadores, al ponerlos en la coyuntura de “si te portas bien te va bien y si te portas mal ya sabes a lo que te atienes”. Siempre se ha utilizado ese recurso para coaccionar y sin duda hay quien ceda por supervivencia propia, pero nunca se había llegado al extremo de darle estatura de ley, para vender la idea de que establecer un acuerdo comercial de beneficio mutuo es “hacerle un favor al medio”.
El segundo atañe directamente al diputado y su tribu de pares en el Congreso de la Unión.
¿Por qué sólo mirar al terreno de comunicación social, al de cultura, al de educación, al de la salud o a otros rubros importantes y no mirar hacia adentro de esa Cámara?
Los diputados mexicanos se encuentran entre los mejor pagados del mundo, no por su sueldo oficial, sino por la cauda de canonjías que reciben como inquilinos de una curul. Son miles de millones de pesos al año que se desperdician –insisto, con algunas excepciones– en una recua de descerebrados que sólo saben oprimir un botón y aplaudir o injuriar según la instrucción recibida.
Me encantaría ver y oir a Erasmo González junto a sus colegas hablando del generoso desprendimiento de sus dietas, sus bonos, sus viáticos, sus cuentas de restaurantes y vuelos además de otras banalidades por cuenta del erario para dedicarlas al bienestar social. Sólo así tendría calidad moral para definir si el gasto en difusión –que es una microscópica parte del presupuesto– es oneroso o necesario.
Si no lo hace, Erasmo se convertirá en un modelo de una clásica frase popular:
Mira quien me dice prostituta, Chucha, la de las arracadas…
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