La casa de mis padres siempre me invitaba al regreso. A los sabores colmados de risas y bromas, al reencuentro con cada detalle que me formó. Mis libros y mis tarjetas postales con declaraciones de afecto de muchos que hoy ya no están conmigo; testigos de un ayer que como el tallo de un roble dan firmeza a mis raíces.
Como olvidar aquel olor a rosas que invadía suavemente el ambiente del jardín que acogía mis juegos de niña, sus jardineras laterales plenas de geranios multicolores, ese verde único de helechos y hojas elegantes y en su centro un arbusto redondo de jazmín Gran Duque de Toscana, cubierto de un manto blanco que por las tardes de mayo nos invitaba a estar cerca y a cerrar los ojos para aspirar ese aroma de azares propio de un cielo imaginado.
Escenarios que en mis momentos de nostalgia se niegan a alejarse. Esos recuerdos inolvidables de imágenes y sonidos que fueron cambiando a lo largo de los años, adaptándose a las necesidades de niños que crecieron y se transformaron en adolescentes, que luego reclamaron un espacio para su intimidad obligando a mis padres a añadir una, dos, tres habitaciones más, hasta que finalmente llegó la remodelación total.
De repente en mis sueños vuelvo a verme recorriendo sus pasillos, disfrutando de nuevo todo lo que implicaba vivir en familia, rodeada de mis hermanos y hermanas, de la seguridad del amparo de mis padres, del cobijo de su compañía y la certeza de que en casa había lo necesario para cubrir los requerimientos de cuanto se nos ofrecía.
La camaradería de mis hermanas, ese crecer juntas e ir aprendiendo poco a poco a ser independientes; siempre compañeras de mis juegos y cómplices de mis secretos colegiales, motivadoras de mis esfuerzos por alcanzar cosas mejores.
De la casa de mis padres entraba y salía sin pedir permiso, no necesitaba una llave para abrir sus puertas, porque siempre permanecían abiertas, como esperando mi regreso, invitándome a permanecer ahí. Cada vez que sentía de nuevo ese calor humano, ese amor total y sin condiciones, recuerdo que costaba más continuar el viaje, dejarlo todo y proseguir la marcha. Dejar de ser hija de familia, para convertirme en una mujer responsable de su vida.
La añoranza por sus risas y por sus silencios acompañados de oración, por lo que quedó esperando en cada rincón y porque ahora cada detalle me cuenta una historia vivida, pareciera que escucho voces y se multiplican los reflejos de figuras que de pronto desaparecen como en una fiesta del ayer. Vienen a mi memoria imágenes entrañables, experiencias que fueron formando mi carácter y que han pasado a ser parte de mí misma.
A lo largo de los años, esa casa que albergó los sueños infantiles y las peleas de adolescentes, fue cerrando una a una sus puertas, cuando cada quien decidió dejarla para buscar su propio destino. Algunos formaron su propia familia, la mayoría salimos a estudiar una carrera profesional y solo volvimos en períodos vacacionales. Nunca más de forma permanente.
No obstante, celebrar la Navidad para mi familia se convirtió en un ritual. Año tras año nos convocó bajo un Nacimiento, con escenas de la Biblia que recordaban los pasajes de humildes peregrinos rodeados de pastores felices pastando sus ovejas; de lagos y ríos que parecían susurrar lentamente palabras en silencio tejiendo sueños de niños, que ahora se veían convertidos en papás, intentando trasmitir a sus hijos lo maravilloso de vivir en familia.
Pedir posada, romper las piñatas, repartir dulces y compartir esas horas maravillosas entre juegos y bromas en espera de que llegara el momento de la cena, que incluía toda clase de manjares culinarios preparados previamente por las manos de mamá y mis hermanas, recreaban un ambiente de fiesta, de un gozo compartido por volvernos a encontrar, de unión familiar. Llegué a contar más de 50 personas rodeando a mis padres: hijos, hijas, nueras, yernos, nietos, nietas, y algunos bisnietos.
Deseo de corazón que cada familia encuentre en esta Navidad motivos para volverse a encontrar. Tender puentes de comunicación y de ser necesario conciliar los desacuerdos. Hemos podido palpar muy de cerca la ausencia obligada de lo que más amamos y cuánta falta nos hace su compañía.
Se acerca el Año Nuevo y nos obliga al corte de caja. ¿Cómo nos encuentra el 2022 después de haber superado grandes retos y confrontado nuestras propias posibilidades? Ojalá que la prueba nos haya fortalecido y ahora sepamos darle su valor exacto a cada cosa. Que agradezcamos la vida y el poder disfrutarla abrazando nuestra familia.
P.D. Nos volveremos a encontrar, SDQ el próximo 8 de enero.
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