¡Oh dulce consuelo! que me quita el desvelo, para poder soñar con la divina verdad que viene del cielo y es el motivo del duelo que me hace sentir que he equivocado el camino al buscar lo que anhelo en un espacio tan reducido y perdido y que por ello no lo he podido encontrar.
Cuántos cuerpos vacíos, cuántas almas perdidas que no pueden hallar la luz en la oscuridad de las frías rutinas que se acostumbran llevar por considerar que son la evidencia de que la vida es sólo el estar, ignorando el origen del ser que nos dio identidad de lo que hoy conocemos humanidad.
Vivimos una hermandad sólo de dicho, sustentada en la labilidad de falsas palabras, que no logran consolidar la unidad necesaria para generar la energía vital que mueva al mundo en el sentido correcto, para terminar con la desigualdad que ha marcado la diferencia, olvidando el origen común que nos dio por hábitat esta bendita tierra.
Más allá de convivir para sentirnos parte de un todo, necesitamos vivir la experiencia de amor que nos causa tanto temor, porque no deseamos sentir el dolor que nos puede causar el sufrir por no ser amados de acuerdo a la definición muy personal que hemos construido para sentirnos seguros de no ser traicionados, sin considerar que para alcanzar la presunta perfección que buscamos, necesitamos comprender, que si bien no fuimos creados con defectos e imperfecciones, al tratar de vivir alejados de Dios perdemos la inmunidad que nos protege de nuestras muy humanas emociones, mismas que nos hacen competir para no parecernos a nuestro Creador porque nos tendríamos que sujetar a las divinas leyes que rigen la creación para su propia viabilidad universal.
Oh Señor, dulce consuelo para los extraviados en el amor y la fe, dale al mundo una y mil oportunidades para regresar al lado tuyo, sea nuestro momento de la verdad el poder practicar el amor como lo manda Jesús en su Evangelio, pues sólo así podremos alcanzar la armonía y la paz pregonada por los ángeles del cielo que se encuentran entre nosotros para sacarnos de la oscuridad que nos mantiene dormidos, dejando que la maldad se expanda entre llantos y desconsuelos.
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