Caminar, resulta un placentero sí a la vida, caminar por las veredas donde el verde aroma natural nos hacía imaginar que caminábamos por una maravillosa alfombra que al final coincidía con el azul del cielo, y entonces volar, imaginando que en lugar de brazos teníamos alas y con ellas alcanzar las nubes y comprobar que no eran de algodón, pero igual nos deleitaban para darle a nuestra vida el poder de la imaginación.
Caminar con firmeza y decidido, sin temer a caer en un descuido, porque igual te podías levantar y sacudir el polvo del camino, para seguir marchando, hasta que el cuerpo te obligara a descansar, recurriendo de nuevo a la alfombra natural y al aroma que despide al presionar o frotar el cuerpo sobre ella.
Caminar y levantar la cabeza, aunque el suelo te llame a cada paso y te quiera cobrar con un golpe en la cabeza, para que puedas recordar que hay que tener siempre bien firmes los pies en la tierra.
Caminar y presumir de la capacidad de poder girar con destreza el cuerpo o la cabeza sin tener que girar los pies que se aferran al suelo con entereza.
Caminar con una finalidad que demuestre con humildad y con nobleza, qué tan gran proeza es un don que Dios nos obsequió, para poder llegar al lugar donde iniciamos el camino, una vez que salimos para recorrer la vida y madurar nuestro ser espiritual.
Caminar, y a cada paso encontrar la felicidad y no la queja que ocasiona el cansancio o el dolor que emergen de un cuerpo que quiere llegar hasta el final en una sola pieza.

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