Es increíble ver la manera en que la gente habla, habla de más, presume, proete y para ariar, cae en las mismas falacias y diatribas que sus antecesores. Lo vemos en la política, en el ámbito académico, en el deporte y todo cuanto tiene que ver con la participación del ser humano, de cualquier condición, sexo y reputación.
La honorabilidad está por los suelos: es un valor totalmente devaluado.
Dicen que no hay quien esté limpio de culpas, y cada vez que acontece lo constatamos. Hay quien promete –o prometió- un cambio de actitudes, de procedimientos y ofreció dignificar la función y labor de quienes entregaron, en forma ilusa, su voto para que llegara a una posición que, hoy en día, la mentamos haber participado para que sucediera.
Y es que hemos visto directivos que llegan con expectativas muy elevadas, y como todos los de todos los rubros, prometen erradicar la impunidad, la corrupción, prometen dignificar la labor de quienes fueron sus iguales… y salieron igual o peor.
Nada hay más desagradable que arrepentirse de haber votado por alguien que ha surgido como un fraude, un engaño total, y que a decir de la mayoría, es un títere de un grupo y de alguien muy cercano.
Dicen algunos, que no toma sus decisiones, que su pareja conyugar es quien hace los enroques, cambios y coloca a la gente en sus lugares, desde donde hacen un terrible daño a la institución a la que se deben. Pero a ellos les importa poco o nada, porque sus cuentas de cheques están más que amplias.
Les vemos seguido de viaje, con gastos pagados y viáticos suficientes como para llegar a buenos hoteles de cintoestrellas para arriba, sine jbargo, les vemos pichicatear un apoyo para un evento en el que alguno de nosotros irá a representar a su institución.
Nada justo, y sí, muy oportunista.
Ya tuvimos esa ¡experiencia en la que quien dirigía viajaba con esposa, secretarios, familiares y más, y nos quejamos. Nos prometieron que esas cosas acabarían, y hoy estamos peor que antes, sin lugar a dudas.
Por más méritos que haga la gente, no somos tomados en cuenta, porque el dinero es solamente para ellos y sus ambiciones absurdas, sus francachelas y “reuniones sociales”, que es como llaman a las bacanales en las que se reúnen a consumir bebidas y reputaciones, a hablar y hacer grilla.
Esos son los que deben desaparecer del mundo profesional en el que se desempeñan.
Otros, del mismo equipo, navegan casi de rodillas, pensando en que su religión es lo más importante y siempre aburren y marean con sus “amén” para todo, sus bendiciones falsas, y cuando son objeto de una inconformidad, lejos de poner la otra mejilla, preparan la daga para clavarla en el corazón de sus colaboradores, difamando y sacando a relucir mentiras propias de un moderno Judas.
Hipócritas, deshonestos, desleales, inconformes con lo que tienen y hábiles para desviar recursos.
Esos son los que deben irse, y ahora que vienen los cambios, bueno fuera que con ellos tuvieran la dignidad para retirarse y no dejar que nos hagan tanto daño.
Somos muchos los inconformes con estas políticas de diatribas y fraudes, y con el engaño de que fuimos objeto.
Hemos pedido tener quien dirija en forma directa, y no por familiares o colaboradores deshonestos, cuya forma de vida es de todos conocida.
Por eso, hemos de decir que perdimos la confianza, la fe y la esperanza en quien votamos, y ahora, pedimos que pase rápidamente el tiempo para que haya otra persona capaz de cumplir con lo más claro y sencillo: dejar de burlarse de sus colaboradores que confiaron en esa persona.
Ser honesto, ser leal y no ser el tramposo en que se ha convertido, que eso daña, y mucho.
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