Cuando me siento lejos de las personas que amo, que estimo o que me agradan, mi pensamiento suele generar una energía tan fuerte, que la transmite a las palabras; sin duda, esa energía, sólo pueden sentirla aquellos que como yo, no sólo extrañan la presencia física, sino la interacción de espíritu que mueve a la materia.

Cuando se tiene la gracia de poseer el don de la palabra, muchas cosas se dicen en pocas palabras y cada una de ellas, tiene un significado enorme. Pueden ser escritas o dichas cotidianamente por muchas personas que no tienen el don, por ello, el verdadero significado sólo podrá ser entendido por aquellos que son atraídos por la fuerza que emana del espíritu de quien es agraciado.

“Así, uno recibe del Espíritu Santo el don de hablar con profunda sabiduría, y otro recibe del mismo Espíritu el don de hablar con mucha ciencia; a éste le da el mismo Espíritu una fe o confianza extraordinaria, al otro la gracia de curar enfermedades por el mismo Espíritu.” (1 Corintios 12:8-9)

La fe es el puente que conecta nuestra vida terrenal con la vida espiritual ¿por qué no habría de creer que una fuerza superior a mi entendimiento podría estar obrando en mi ser, para hacer uso de un don espiritual?

De niño solía tener siempre una respuesta completa en una sola palabra a una cuestión compleja y esa fuerza intangible solía mover el corazón de los que no encontraban el motivo de su desdicha, de su desilusión, de su desencanto o de su amor por la vida.

Dejarse arropar por una necesidad, y pensar que ésta allana el camino para ser escuchado y atendido, perdonado y sanado, para ser reincorporado al rebaño del Pastor divino, en un acto de fe.

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