A propósito del Día de los Muertos, creo que más allá del festejo tradicional propio de la fecha y de su traducción cultural, la contraparte de la alegoría que produce el ambiente lúgubre, también genera (según las creencias) predisposición psicológica o real de la presentación de fenómenos paranormales; así lo narran algunas personas con las que he platicado sobre el tema, de hecho, cuando me han pedido opinión, les recomiendo que acudan con un especialista en salud mental, antes de que inicien la búsqueda de respuestas en sitios no especializados en el área señalada.
Hace unos días, una persona se acercó a mí y me platicó una experiencia aterradora, lo primero que se me ocurrió preguntarle fue, si no había estado viendo películas de terror, ya que, en estas fechas, tanto en la televisión como en el cine, les gusta exhibir cintas de ese género, pero me aseguraba mi interlocutor, que no le agradan esas películas y que definitivamente, no cree en los fenómenos sobrenaturales o paranormales. Al resistirse a acudir al especialista en salud mental, me preguntó, si yo creía en el mal, recordé en ese momento aquella famosa historia de Albert Einstein sobre la existencia del mal, y entonces le aconsejé que antes de dormir rezara con devoción una oración. Aquel día, al estar elaborando en la computadora el artículo para el periódico, noté que tenía una notificación en Facebook, se trataba de una funesta noticia del fallecimiento de un amigo que vivía en los Estados Unidos, la noticia me entristeció mucho y suspendí la narración, pues quería comentar el suceso con mi esposa; con ella hice una reflexión sobre una cita bíblica que menciona “Mas en orden al día y a la hora, nadie lo sabe, ni aún los ángeles del cielo, sino sólo mi Padre” ( Mt.24:36), y como en otras ocasiones, la invité a vivir cada día de manera especial, procurándonos amor y comprensión, y perdonando todas nuestros errores voluntarios e involuntarios. Estando cerca la hora de dormir y ya en nuestra recámara platicamos un poco sobre las cosas buenas que hemos vivido juntos y también de los sinsabores que hemos pasado, algunos de estos, incluso, el hecho de recordarlos aún nos entristece, pero al final concluimos que no hay adversidad que no podamos vencer juntos, los tres, cuando ella se percató de que había dicho “los tres”, celosa me miró y en tono de enfado me reclamó: ¿Cómo que los tres? Y de inmediato repuse: Sí, mujer, ¿acaso no te has dado cuenta que nunca hemos estado solos? Me refiero a Nuestro Señor Jesucristo, pues yo te aseguro, que en lo que a mí respecta, solo, no hubiese podido enfrentar, ni mucho menos vencer, todos los obstáculos que he encontrado en el camino. Hoy y siempre le doy gracias a Dios por auxiliarnos a mantener nuestra unión. Antes de cerrar los ojos, mi esposa que no lograba conciliar el sueño, me preguntó: Salomón, ¿el mal existe? Y recordando a Einstein le respondí: “El mal no existe, o al menos no existe por sí mismo. El mal es simplemente la ausencia de Dios”
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