En una ocasión mi esposa me preguntó: ¿Qué fue lo que te atrajo a mí? Sin titubear le dije: Tu espíritu. Ella se me quedó mirando con incredulidad y volvió a preguntar: No juegues conmigo, dime la verdad. No estoy jugando, le respondí, tienes un espíritu sumamente luminoso, y en aquel primer momento en el que te conocí, la luz que emitía mi espíritu, apenas se parecía al titilar de una vela en la oscuridad; el resplandor de tu espíritu me atrajo inmediatamente, así como la luz de la noche atrae a algunos insectos nocturnos para orientarse; en mi caso, para orientarme en la dirección correcta, para encender la esperanza en otra forma de ver la vida, una vida que se alimentó de la energía más valiosa que poseemos: el amor. María Elena se sonrojó, así como lo hizo la primera vez que nos vimos y fuimos atraídos por esa gran fuerza, y después de unos segundos, regresó a ella el interés por saber si después de tantos años de matrimonio, yo me seguía sintiendo atraído por ella, y sin ningún titubeo, lo preguntó de manera directa, lo hizo seguramente, para que yo no pudiera eludir la respuesta, para dejar que su memoria visual pudiera escanear la expresión de mi cara y conocer la verdad; yo le contesté: No tengo por qué mentirte y yo creo que el estar enamorado de tu espíritu ha sido lo que le ha dado solidez y larga vigencia a nuestra relación, porque has de saber que le espíritu no envejece, por eso, a mis ojos siempre serás hermosa, tienes un espíritu hermoso, sumamente bondadoso, compasivo y solidario, qué más pudiera yo pedir cuando trataba de unir las partes de mi ser y tú tenías el pegamento especial para sentirme completo; al escuchar lo que le dije, su cara se iluminó con una maravillosa sonrisa, entonces yo me sentí feliz, mientras ella, pareciendo una joven que se sale con la suya, movía acompasadamente su cuerpo para que yo siguiera mirándola, para que yo me sintiera atraído como el día en que la conocí.

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