¿Cómo cerrar brechas en financiamiento, cobertura y calidad de los servicios de salud? México es un país que menos recursos públicos destina a la salud. Ante los retos que enfrenta en término presupuestal -limitaciones en espacio fiscal, en la prioridad en la agenda de tomadores de decisión-, es necesario examinar la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud, su prioridad en la agenda pública y las decisiones que deben adoptarse, en términos de finanzas públicas, para impulsar la salud como eje de desarrollo y bienestar.

¿Puede el estigma ser detonante de la respuesta tardía en contexto de pandemia? Sí. Estigma, término griego usado para marca permanente impuesta a criminales, traidores o esclavos, se utiliza para describir el proceso de discriminación contra personas con ciertos atributos físicos, conductuales o sociales. Un artículo en The Journal of Infectious Diseases, destaca que estigma permea el abordaje de la discapacidad, los aspectos sociales de las enfermedades mentales y la disparidad de raza y género en la atención de la salud. Sus consecuencias sociales resultan en efectos adversos para la salud en general.

Es una relación sociedad-salud imposible de romper. El estigma que rodea a lepra o SIDA motiva que las personas se oculten, lo que retrasa la detección y tratamiento, favoreciendo propagación de enfermedades y consecuencias físicas, sociales y económicas. Si extendemos este fenómeno a enfermedades infecciosas, el estigma se ve como fenómeno biosocial en el que destacan: Obstáculos para la búsqueda de atención médica, lo que reduce la detección y el tratamiento tempranos. La marginación social, que conduce a pobreza y negligencia. Las poblaciones estigmatizadas y su desconfianza en la autoridad sanitaria. El estigma social que distorsiona la percepción pública del riesgo de la enfermedad genera pánico entre la población y asignaciones de recursos equivocadas. La emergencia de salud obliga a ver al estigma no sólo consecuencia negativa, sino factor que contribuye al crecimiento de una epidemia o pandemia. Tenemos papel clave frente al estigma al reconocerlo y tomar acciones que fomenten tolerancia, confianza e información por encima del miedo.

Más de 8 millones de adultos mayores no son independientes al menos en una actividad básica; bañarse, comer, acostarse o levantarse, dependencia funcional en 12% de las personas de 60 años o más en América Latina y se refleja en la salud, en trabajo no remunerado de la mujer de la familia que se vuelve cuidadora.

Esto llevó a crear la Red de Políticas de Cuidado de Larga Duración en América Latina (RedCuidar+), del Banco Interamericano de Desarrollo, la Agencia Francesa de Desarrollo y el Programa de la Unión Europea EUROsociAL+. Su objetivo es acompañar los esfuerzos de los países y aumentar su capacidad institucional y técnica en el área de servicios de atención a la dependencia de adultos mayores.

En Europa hay sistemas de pensiones y salud avanzados y desarrollar políticas de cuidados de larga duración (CDL) tomó tiempo, en Latinoamérica tomará mucho más. Los CDL son visión de vida, de cómo se ve el futuro, basados en la dignidad y autonomía de los adultos mayores y en la igualdad y autonomía económica de las mujeres. Hay que visibilizar la labor del cuidado con formación y salarios adecuados, como en Francia, donde hay un millón de personas dedicadas al cuidado (95% de ellas mujeres) con empleo reconocido, valorado y remunerado. Se trata de un sector que está en crecimiento y es la oportunidad de dignificar la tercera edad, al tiempo que se generan empleos.