Estando yo sentado en una plaza de mi ciudad, un hombre joven dedescuidado aspecto de su persona, extendió su mano pidiéndome unas monedas, saqué de la bolsa de mi pantalón lo que en ese momento traía, acaso reuní setenta pesos, mismos que puse en su diestra, el hombre pareció contarlos y después se sentó junto a mí, diciéndome a manera de disculpa, que no me fuera a molestar; de ninguna manera, le contesté, además estaba ya por marcharme; el hombre aquel se me quedó mirando y me contestó: Lo sabía, seguramente mi presencia no le es muy grata, sobre todo a una persona como usted. ¿Como yo? Le pregunté con cierta extrañeza. Sí, como usted, todo perfumado, muy bien peinado y qué decir de sus zapatos, tienen tanto brillo que parecen un espejo. ¿Y eso que tiene que ver con el hecho de estar en este momento sentados en la misma banca? Le respondí, tal vez algo indignado. El hombre notó la discreta aspereza de mi voz, lo que dio lugar a que siguiera argumentando una evidente molestia. Mire amigo, yo no he dado lugar a que se sienta ofendido, he atendido su necesidad de muy buena fe, sé que no es mucho el dinero que con agrado le obsequié, pero con toda humildad, siento algo injusto su reclamo, tal vez pudiera darle algo más, si le parece oportuno. Darme algo más, ¿cómo qué? Mi tiempo. ¿Y para qué iba a querer yo su tiempo? Tal vez quisiera decir, qué es aquello que le causa malestar, lo siento inconforme con su vida, las razones las desconozco, pero estoy dispuesto a escucharlo y le prometo no juzgar lo que me diga. El compañero de banca me miró con cierta desconfianza, y en seguida dijo: No crea que le tengo miedo, a mí no me intimida su aspecto de catrín refinado, yo también fui a la escuela y pude haber llegado muy alto, pero preferí mi libertad, eso de tener que estar siempre sujeto a los deseos de otras personas, obedeciendo, atendiendo sus indicaciones, sus órdenes, aguantando su actitud déspota y prepotente; a mí no tiene nada que presumirme, usted es un esclavo del materialismo y el consumismo, de hecho, hasta me parece un abusivo, un engaña bobos e hipócrita, ¿qué le parece todo lo que le acabo de decir? ya vio para qué me ha servido su valioso tiempo, para decirle sus verdades; ya estará usted satisfecho de su obra, mire que quererse burlar de mí, de un hombre libre, no le ha bastado dejarme en la calle y convertirme ahora en un miserable, despreciado por todos los de su calaña, viviendo de la caridad de gente tacaña como usted. Pero diga algo, seguramente se ha de estar aguantando y desea hasta golpearme, sí, eso es lo que quiere, desea golpearme para desquitarse de todos, los que como yo, le dicen sus verdades, ahora resulta que es también un cobarde, prefiere quedarse callado, porque sabe que el silencio dice más que mil palabras, pero no le daré el gusto de seguirme mirando de esa manera, yo no necesito nada de usted, lo que me ha dado no lo considero una ayuda, sino la recuperación de lo mucho que me ha quitado, empezando por las oportunidades que seguramente con abusos ha logrado. Cuando por fin el hombre se calmó, guardo silencio, mirando fijamente al suelo, tal vez esperando que yo le contestara y le rebatiera lo que consideraba sus verdades, pero sabía que debería dejarlo meditar un poco, sobre todo, aquello que lo había estado oprimiendo, que le quitaba el aliento, que lo obligaba a defender no una verdad, sino una realidad que vivía, porque había escogido mal el camino.
¿Qué quién puso contra mí a mi hermano? no lo sé, pero lo que sí sé es que todos llevamos dentro esa inconformidad por no haber logrado hacer lo que deseamos, no por falta de poder, sino de voluntad, lo demás, llega cuando el viento trae los mensajes que reafirman que, aunque no pueda superar mi incompetencia, al menos puedo desquitarme con los que se esforzaron para salir de ella.
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