Me gusta obsequiarle flores a mi esposa en fechas especiales, sus preferidas son las rosas amarillas, se las he comprado siempre, sobre todo, cuando aún son botones, porque a ambos nos agrada ver cómo, con el paso del tiempo, estos se van abriendo, hasta mostrar todo su esplendor; pero de un tiempo a la fecha, hemos notado que los botones no se abren y la flor termina por marchitarse tempranamente, causándome desilusión y causándole pesar a María Elena; esto ocurre, porque en un arranque de romanticismo le dije, que cada vez que observara que el botón culminara en flor, se significaba como una señal de que nuestro amor seguía siendo tan grande como al principio; y a pesar de saber que los verdaderos factores que contribuían a que los botones no completaban su total desarrollo, podrían ser causados por el tiempo que llevaba el corte de la flor y la conservación de la misma en los centros de abasto, siempre esperábamos con ilusión, que en cada nueva oportunidad los botones se abrieran.

María Elena llegó a acostumbrarse a que el gusto por recibir flores le duraría sólo de 24 a 48 horas, y al verla triste por ese hecho, un día decidí mejor regalarle rosales. A mí, en particular, me gustan las rosas en todos su colores, pero para ella, sus preferidas siguen siendo las rosas amarillas, y como escaseaban los rosales con flor de ese color, empecé a llevar rosales con rosas de todos los colores, y si bien a ella le agradaba ver las rosas en el lugar que habilitamos como jardín, no lo disfrutaba del todo, por lo que un día, decidió cortar cada nueva rosa que lucían los rosales. Extrañado porque ya casi no veía las flores, le pregunté los motivos y ella me contestó, que las rosas duraban muy poco tiempo, aún en el rosal, que era preferible cortarlas y depositarlas en un florero y poner este al pie de la foto de su finada madre. La primera rosa que ocupó el florero, era de un tamaño menor a la rosa de castilla; y estando sentado en uno de los sillones de la sala, de pronto, la habitación empezó a impregnarse de un fuerte aroma a rosas y buscando afanosamente de dónde provenía el olor, me acerqué a la pequeña flor, la cual, efectivamente, tenía olor natural pero no suficiente, entonces fui por María Elena y le pregunté si percibía el aroma, pero ella no lo notó, me regresé al sillón y seguía deleitándome con aquel delicioso aroma, hasta que mi mirada se fijó en una imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe, que colocamos en la pared que está al inicio de la escalera que va hacia al piso superior de nuestro hogar.

El aroma perduró durante todo el día, y las flores que se depositan en el florero duran más de una semana sin mostrar deterioro alguno.

¿Cuestión de fe? o ¿sólo ocurrencias fantásticas de una aspirante a escritor que desea cautivar a sus lectores?

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