Caía la tarde, y después de asistir a las clases vespertinas del taller de torno con el maestro Michael García, en la Escuela Secundaria Federalizada, bajando a pie la Lomas del Santuario, pensé que era el momento ideal a pasar una magnífica velada campirana, para relajar el cuerpo y la mente, así es que pasé por el laboratorio particular de mi señor padre para ver si estaba dispuesto a salirse de la rutina, y para mi fortuna, su ánimo estaba en la misma frecuencia, por lo que aceptó sin recelo el que fuéramos por mi abuelo don Felipe Beltrán Gracia, a la Botica Francia, negocio de su propiedad; lo encontré en el lugar de siempre, en el área de atención a clientes, con su pierna derecha cruzada sobre la izquierda, los antebrazos colocados sobre los descansos correspondientes de una butaca de color rojo opaco, que pertenecía a una de las hileras de ese tipo de sillas, colocadas en la pequeña sala de cine que había instalado en la tercera planta de su casa, ubicada en la calle ocho entre Matamoros y Guerrero. Al verme, mi abuelo extendió su mano derecha para saludarme, pero yo sabía que aquel saludo era muy especial, pues le agradaba tronarme cada uno de los dedos, lo que le causaba mucha gracia el verme hacer gestos de desagrado, después me pidió abriera el zaguán para que mi padre sacara el viejo camioncito Ford de redilas, para dirigirnos por la carretera, rumbo a Monterrey NL, pues su rancho “El Porvenir” se encontraba a unos cuantos kilómetros de la ciudad, frente a la Bodega Nacional de Semillas. Mi abuelo y mi padre viajaban en la cabina, mientras yo me deleitaba con el aire en la caja del camión, ya que las redilas no eran muy altas así es que podía asomar parte del tórax y la cabeza, aunque el trayecto era corto, a mí me parecía largo, tal vez porque así lo deseaba, para poder sentirme liberado por un momento de las presiones propias de la edad.

Al llegar, veía con agrado que aún el sol nos acompañaría al menos por una hora más, me bajé del camión para abrir la pesada tranca de madera, me mantenía sosteniéndola y después de pasar lo cerraba, para subir de nuevo al vehículo y seguir haciendo piruetas sobre las redilas.

En aquel tiempo, el abuelo tenía sembrado henequén, pues era la época de oro de aquella planta de donde se extraía fibra para hacer diversos productos. Cuando llegamos al casco del rancho, situado en la parte más alta del terreno, se apreciaba una casa y una bodega, también un molino para extraer jugo de las cañas de azúcar que tenía sembradas en una extensión muy cercana a un pozo de agua, que abastecía del vital líquido a la propiedad. Recuerdo que mi abuelo tenía mucha afición por los refrescos de cola, así es que tenía varias cajas con ese líquido embotellado, curiosamente sin gas, por lo que llegué a pensar que su vigencia estaba caducada, pero a nosotros nos las obsequiaba si teníamos sed; un día le pregunté a mi padre por qué no tenían gas los refrescos y me contó que mi abuelo fue uno de los primeros en embotellar los refrescos de cola en su natal San Fernando y tenía una máquina para colocarles la ficha, pero al parecer, en ese entonces no se incluía el gas.

Con éste tipo de actividades, disfrutaba e iba aprendiendo en la vida.

Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com