La Iglesia Católica en su liturgia termina este domingo la celebración de la Navidad. Y lo hace con la fiesta del “Bautismo del Señor”. Que se puede decir que es una manifestación, una presentación por parte del Padre celestial de su Hijo como el Salvador del mundo.
Junto a la presentación que hace el Padre celestial de Jesucristo: “Éste es mi hijo muy amado en quien tengo mis complacencias”, está la presentación que hace san Pedro en la primera lectura, hech 10, 34 – 38, “como Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret, y cómo este pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. Frente a esta escena que presenta san Pedro, se tiene que reflexionar en que no es lo mismo ser bueno que hacer el bien.
Eso es lo que enseña san Pedro, dice que Jesús fue alguien que pasó haciendo el bien. No podía haber definido mejor a Jesús que dejando claro que había vivido para los demás, que había pensado en la felicidad de los demás.
Es por esto que el evangelista san Lucas esto sólo es posible desde la unción del Espíritu; solamente por la unción del Espíritu, Jesús no se guía por lo que le gusta; por eso la unción del Espíritu en Jesús supuso asumir convicciones para realizar el bien, no en razón de sentirse a gusto, sino porque las personas con las que entraba en contacto, lo necesitaban.
Esta bondad extrema de Jesús refleja que Dios está con él; Jesús con todo esto, no sólo manifiesta que tiene una relación profunda con Dios, sino que realmente está ungido por el Espíritu, dejando entrever la presencia de Dios en todo lo que hacía.
Se puede orar con las palabras de la oración de la misa: “Señor Dios, cuyo unigénito se manifestó en la realidad de nuestra carne, concédenos por aquel que hemos conocido semejante a nosotros en la exterior, que merezcamos quedar interiormente renovados”.
Que todos los bautizados, a imitación de Jesús, aprendamos a hacer el bien.