Metí la cabeza debajo de la almohada, como no queriendo saber de nada, pero el peso de la misma sobre mi cara también me recordaba que en los espacios que se conciben como confort no están libres de presiones; así es, aparentemente te acostumbras a vivir las perniciosas rutinas laborales, donde muchos fingen y los que no, ya están por buscar una forma de llevársela más tranquila; ahora comprendo que lo que está ocurriendo, no es un fenómeno aislado de brazos caídos, es una verdadera crisis que se suma a la sensación de orfandad que vivimos en nuestro país; ya nadie se entusiasma por los pequeños logros, mucho menos por los grandes descalabros, pareciera que estuviéramos a la deriva, dejándonos llevar por las olas, alejándonos de la orilla, pero temerosos de entrar mar adentro, pensando que el flotar nos puede durar por mucho tiempo, esperanzados en encontrar una tierra nueva, virgen, por llamarlo de alguna manera, donde la inocencia sea tal, que no se piense en la posibilidad de que podría haber engendros del mal, que pudieran contaminar tanto el paraíso, como para desear echarse a la mar, a mereced de una fuerza desconocida, que acentúe cada vez más la apatía con la que nos conducimos cada día.
Y si de tanto flojear un buen día se acabaran los fines de semana y la ilusión de estar pegados a una fogata consumiendo bebidas alcohólicas, aspirando el aroma de la carne asada y hablando con los demás apáticos de las grandes hazañas, de las muy pocas oportunidades de crecer y prosperar en el presente, algunos románticos tal vez piensen también en el futuro, y los más veteranos piensen en la muerte, tratando de eludir las patologías que ellos mismos se ganaron a pulso, mientras el gran mal, el desequilibrio de nuestras emociones se corona como el rey de todos nuestros males.
Si estoy en mi casa, todo es un caos de preocupaciones, si busco a mis amigos no los encuentro, algunos porque ya están muertos, otros, porque están lidiando con sus propios demonios; si estoy en el trabajo, veo muchos brazos caídos, deseando tener a su lado en esos momentos una almohada para poder esconder su cabeza debajo de ella, pensando que así pueden eludir todas sus responsabilidades, tal vea anhelando convertirse en discapacitados para poder recibir un beneficio por sufrir de apatía.
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