Nuestro muy amado país se prepara para una transformación radical, no por gusto de los primeros actores del escenario político y económico, que siempre tuvieron el control, y que anticipándose a las otras catástrofes, las clasificadas como no naturales, habían estado poniendo en práctica algunas estrategias, que incluso, daban la apariencia de ser democráticas, apegadas a derecho y con tintes populistas, para regresarle, a parte de la comunidad, su derecho de voz y voto efectivo, de libre manifestación, de ahí que, cuando tembló en sus centros la tierra, por obra y gracia de la naturaleza, se apresuraron a tratar de limpiar su imagen ante el pueblo. El lamentable empujón que el sismo le dio al pueblo, estimuló de tal manera la participación ciudadana, para exigir al gobierno y organizaciones de control político y económico, se termine con todas aquellas nocivas prácticas que condicionan el desequilibrio del bienestar social.
Seguramente, que en la búsqueda de un nuevo orden social, no serán desechados quienes gozan de una conducta moral probada, de una experiencia certificada y de un interés verídico en servir a su patria con honestidad y lealtad. Se deberá tener especial cuidado de no caer en la tentación que ofrecen el falso mesías, ilusionistas y manipuladores de los sentimientos de la nación.
Los mexicanos estamos frente a una valiosa oportunidad para no fincar las bases de nuestro futuro, en el resentimiento, la venganza, el odio, el egoísmo; Dios se ha manifestado y el mejor camino para establecer la justicia, la armonía y la paz, es mediante el fortalecimiento de nuestra fe que estimula de corazón el amor por el prójimo.
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