Los romanos se destacaron por su disciplina sobresaliente, particularmente en el ámbito militar, lo que les permitió conquistar gran parte del continente europeo, también eran reconocidos por sus extravagancias, las cuales fueron en su mayoría producto de su gran ambición de poder.

Consideremos el dato histórico de que, al morir los emperadores y con la aprobación del Senado, podían ser elevados a la categoría de dioses, alcanzando la inmortalidad y siendo admitidos, en teoría, en el Monte Olimpo por las deidades ancestrales, quienes les asignaban un lugar especial. Este proceso, conocido como “deificación”, fue buscado por los emperadores de la grandiosa Roma.

Así, todos los excesos que definieron la personalidad de cada Emperador Romano, tal es el caso de Calígula, quien gobernó entre los años 37 y 41 d. C., a quien se le recuerda por haber propuesto a su caballo favorito para ocupar un alto cargo político. Por consiguiente, a lo largo de la historia, estas peculiares excentricidades de cada emperador nos revelan que, durante su mandato, algunos llegaron a considerarse incluso inmortales.

Sin embargo, en Roma no todo fue banalidad. Hubo emperadores que se centraron en una filosofía de vida llamada “estoicismo”, la cual algunos psicólogos han demostrado que se puede aplicar en nuestra vida diaria. Esta corriente filosófica fue fundada por el griego Zenón de Citio (334-264 a. C.), y algunos romanos la practicaron, adquiriendo grandes virtudes.

Uno de los personajes destacados de la filosofía estoica es Séneca (4 a.C.-65 d. C.), cuyos escritos ofrecen una profunda comprensión de cómo dirigir nuestras vidas conforme a la razón. Séneca, quien nació en Córdoba, España, fue una de las figuras más influyentes de su tiempo. A pesar de su vasta riqueza y de ocupar cargos de alta responsabilidad, como el de gobernador de Egipto, también fungió como consejero del Emperador Nerón, conocido por su conducta cimentada por una desmesura y en ocasiones cruel. Paradójicamente, Séneca acabó quitándose la vida por orden del mismo emperador al que había diligentemente servido. Su vida y sus enseñanzas ofrecen un fascinante estudio sobre la búsqueda del equilibrio y la virtud en medio de la adversidad.

En el caso del Emperador Romano Marco Aurelio, quien gobernó entre los años 161 y 169 d. C., representa un claro ejemplo de la observación del estoicismo. Uno de los aspectos particulares de su filosofía de vida se reflejaba en sus meditaciones anotadas en una libreta, donde registraba los contratiempos que enfrentaba y los problemas relacionados a su posición como gobernante. Marco Aurelio destacó por su profunda sabiduría y su habilidad para hacerse cargo tanto de sus propios asuntos como de los demás. También, demostró una notable fortaleza de carácter y una sobriedad que lo distinguió como un líder y gobernante excepcional.

Uno de los pensamientos claves del estoicismo es que existe una razón universal; es decir, una fuerza, que rige todas las cosas, que ordena la aparición de los diversos sucesos y la armonía en general del mundo.

Imaginemos el universo como algo que le importa lo que sucede; también, inteligente; la razón, somos nosotros que cooperamos y concurrimos de acuerdo a nuestra capacidad e inteligencia, de la misma forma que la fisiología logra que funcione un organismo. De tal manera que, cuando en la vida, se presente una alteración positiva o negativa, la razón universal impone “su voluntad” sobre las cosas y las personas, por ello el “ideal estoico”, acepta sin aferrarse, pues de nada sirve oponerse a la Razón universal, que finalmente todo lo ordena y gobierna, tal como solemos expresar comúnmente: “el universo se encarga de poner las cosas en el lugar que les corresponde estar”.

¿Qué podría enseñarnos o como se podría aplicar la filosofía estoica desde la distancia de la historia al pleno siglo XXI? Una era marcada por una gran necesidad de resolver las dificultades relacionadas al destino o aquellas que nosotros mismos nos imponemos. La filosofía estoica podría ayudarnos a alcanzar grandes logros, por ejemplo, cultivar una mayor capacidad de resiliencia, esto es aprender a aceptar aquello que no podemos cambiar y enfocarnos en lo que sí podemos cambiar, en lugar de desperdiciar nuestra energía en preocupaciones inútiles sobre eventos que están fuera de nuestro control, además, podemos dirigir ésta a situaciones que se encuentren en nuestra esfera de influencia.

Por lo tanto, la fuerza de voluntad nos ayuda mantenernos firmes ante la adversidad, por ello, Albert Einstein refería una frase que la recuerdo constantemente sobre todo cuando se habla de voluntad: “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica, se llama: voluntad”.