El siguiente suceso aconteció hace 59 años; en aquella época le rentamos a Don Constancio Loperena una casa ubicada en el 12 Hidalgo y Juárez, es decir, en pleno centro de esta ciudad.

Serían aproximadamente las 7:30 de la mañana, mi mamá se apresuraba a vestir a mi hijita mayor y yo a la pequeña ya que el camión escolar del Colegio Antonio Repiso las recogía diariamente en la esquina del 12 Hidalgo; mamá lo hacía en la recámara, la niña sobre la cama. Yo en la pieza que fungía como recámara de mi esposo y la que ésto relata… Papá y mi marido desayunaban en el comedor: De pronto se oye un ruido muy fuerte, todos corrimos al sitio de donde provenía, del cuarto donde estaba mamá con mi niña una gran viga cayó del techo, afortunadamente se recargó en la cabecera de la cama, la hizo añicos.

Mi mamá sentada en el suelo cubierta de polvo, entra mi esposo con una taza de café en la mano y le dice: “Qué está haciendo usted ahí, mamá le responde: “La niña, la que estaba sepultada por el escombro que cayó del cielo del techo, mi esposo la sacó rápidamente, ella lloraba a mares por la impresión y el susto.

El resultado que se me enfermó de los nervios que curó un facultativo.

Era una gran viga creo de mezquite. ¿Por qué relato ésto? Ya que me pongo a reflexionar, imaginen sepultados por un edificio lo que aconteció por el sismo.

No quiero ni imaginarme la reacción de los desventurados que les aconteció tal percance.

De inmediato a buscar casa, mi mamá le decía a papá: “Rafael no quiero tener muerte de sapo”.

Por hoy es todo.

Hasta la próxima. Carpe diem.