En el mundo de Andrea Sofía, sin buscarme, un día me encontré, he de reconocer, que estuve un poco distante, debido al hecho de tratar de quitarme de encima todo el peso de las preocupaciones que suelen llegar a la vida, cuando uno piensa que debe de estar más presente en la vida de los demás, cuando hay destellos que parecen el inicio de un incendio; entonces, sin pensarlo, aceptaba que no era necesario estar donde la inocencia se escribe con mayúscula, pero, han de saber, que inocencia,  desfachatez o locura, igual necesitan atención con urgencia, porque, aunque el inocente no se queje de sus heridas, igual le duelen, como le duelen al desesperado que busca llamar la atención, llevando siempre como escudo las malas experiencias de un pasado.

Todo inició con una mirada, pero no fue una mirada común, porque venía de un ser poco común, no siempre se puede tener la fortuna de que un ángel te observe y te salude desde el precioso momento de su llegada a la tierra. Los ángeles son seres divinos, con espíritu puro, con entendimiento y voluntad, y como buen cristiano, considero a los ángeles como un dogma de fe. En el caso que hoy me ocupa, el ángel terrenal recibió el nombre de Andrea Sofía, y como todo querubín, su belleza sobresalió inmediatamente, y en sus ojos se podía observar la inmensidad del cielo y la profundidad de los océanos, pero todo con tal claridad, que no se podía ocultar nada a los ojos, de quienes como ellos, adoramos a Dios.

Habla con los ojos, les dije un buen día a los que esperaban escucharla hablar como los mortales; si pudieran ver lo que yo veo, les decía, comprenderían lo que digo. Su danza es extraña, decían algunos; yo les aclaré, no está danzando, está acomodando las estrellas y abre espacios en la tierra para que su luz le llegue a los que se quejan de que la luz del sol no es suficiente. Y ¿por qué no habría de ser suficiente la luz del sol para los mortales? Porque algunos de nosotros dejamos que la oscuridad, en nuestro entendimiento, sea tal, que vivimos bajo la sombra de nuestro egoísmo.

Hoy Andrea danza y alaba a Dios como ningún otro ángel en la tierra, su sonrisa ilumina todo, sus cabellos dorados son como espigas de trigo que se mueven con el suave viento que emana del Espíritu Santo, cuando llega a darnos la buena nueva de que el Dios Padre está con nosotros y lo estará hasta el fin de los siglos.

En el mundo de Andrea Sofía tengo un lugar, y por ello me lleno de gozo, y en Dios confío que estaremos siempre unidos, porque lo que yo vi en sus ojos, ella vio en los míos.

 

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