Hace años que varios autores (Verdes-Montenegro, Diamint, Kurtenbach, Reiter) advierten de la emergencia del militarismo en América Latina, fenómeno que tiene múltiples causas: aumento de la pobreza y la desigualdad, expansión de diversas formas de violencia, consolidación de bandas criminales ligadas a negocios de la droga o el tráfico de personas, inseguridad generalizada, estallidos sociales.

Bolsonaro en Brasil, Jimmy Morales y Alejandro Giammattei en Guatemala y NayibBukele en El Salvador, han aumentado el presupuesto del ejército y reforzado el protagonismo de las fuerzas armadas en la vida pública de esos países. Sebastián Piñera en Chile, Guillermo Lasso en Ecuador e Iván Duque en Colombia recurrieron a estados de emergencia y a ampliación de capacidades operativas de los ejércitos en materia de control de la subversión. En Venezuela, Nicaragua y Cuba, no hay remilitarización pues la centralidad del ejército en el poder político, económico y en la estructura represiva del Estado siempre ha sido evidente. En buena medida, esos regímenes actúan como precursores del militarismo que avanza en América Latina, desde la izquierda que desde la derecha.

La peculiaridad de la región centroamericana, de la que también forma parte México, en esta remilitarización, múltiple convergencia de focos de inseguridad provenientes de las pandillas, el narcotráfico, el crimen organizado y la migración. La intersección entre esas lógicas es incendiaria y genera desplazamiento de funciones al ejército en temas de seguridad que fortalecen la institución militar, resta competencias a policías e instancias civiles de protección y prevención de delitos. EE. UU., principal importador de drogas y exportador de armas a la región, destino fundamental de las crecientes disparidades de estos países, está involucrado en la crisis de seguridad, que como se ve en México y Centroamérica, se traduce en política de contención migratoria y mayor operatividad de agencias anticriminales, que alientan la militarización. Sean aliados o contrapartes, los ejércitos latinoamericanos se vuelven más fuertes en su interlocución con agencias estadounidenses.

Dado que para EE. UU., es una prioridad detener el flujo migratorio y el tráfico de drogas, son los ejércitos y las instituciones de seguridad de la región los que mejor pueden contribuir a ese objetivo. No sería la primera vez en la historia que EE. UU., se entiende con ejércitos poderosos de este lado, siempre y cuando no se alíen con sus rivales globales, como el cubano o el venezolano. El militarismo ensancha los márgenes de colaboración entre América Latina y potencias como Rusia. Lo que es más grave, se conecta con brotes autoritarios que tienen lugar en democracias jóvenes, poco consolidadas e institucionalmente descuidadas como las nuestras. En México, hay señales de concentración del poder y empoderamiento económico y político de los militares lo que hace pensar no en militarización del país, sino en toma de poder de López por los militares, como Hernán Cortés tomó a los aztecas al tener de rehén a Moctezuma en su propio palacio. Curioso que López viva en Palacio.