Del huerto de los deseos, cuando iba de paso, siempre observé a la fruta más difícil de alcanzar por estar en lo más alto; mas, he de reconocer, que no me sentía incapaz de llegar a ella, más bien, pensé que si la fruta estaba en ese lugar, era para que nadie la pudiera alcanzar, porque seguramente que al llegar los tiempos de sequía, el árbol podría beber de lo que producía.
Recuerdo, que de la fruta me atraía el color un tanto discordante, brillante por una parte, y por otra, un tanto pálido poco estimulante, como para desanimar en segundo grado, al que quisiera insistir en tenerla a su lado. Con el tiempo, me acostumbré a sólo verla tan distante, pero, eso no me impedía imaginar que yo tenía en mi haber, un prodigioso poder, para llegar a ella al instante; cerraba pues mis ojos e imaginaba cómo un par de alas grandiosas emergían de mi dorso transformado, elevándome por los aires, y cuando llegaba al sitio del resguardo, con muchísimo cuidado, extendía mi brazo para que mi mano titubeante, con extrema delicadeza, tomara aquel manjar tan delicado, y al sentir mi piel tan sutil contacto, e impregnarse del perfume liberado al ser arrancado el cordón que lo unía a su matriz, irremediablemente embelesado, hundí mi nariz en tan fina piel, para impregnarme de su aroma. Mas, de pronto me puse triste, y me embargó un profundo sentimiento de culpa al cometer tal ofensa, por dejar al árbol sin su alimento tan preciado y sin defensa; mañana, tal vez, o para cuando llegara la inclemencia de la sed. Quería borrar mí pecado, entonces, abrí mis ojos, perdí de inmediato el poder y con ello, mis grandiosas alas, me vi desconsolado abrazado de mi hermano el árbol, y le ofrecí mis lágrimas, haciéndole además la promesa, de que cada vez que la sequía lo amenazara con exterminarlo, vendría puntal a su encuentro, para llorar a su lado.

Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com