Afortunado es aquél que ha sabido aprovechar a plenitud todos sus sentidos, afortunado pues, soy yo, porque lo hice y lo sigo haciendo, y con ello he podido apreciar el valor de todo lo que nos obsequia el Creador a través de la vida misma, de la naturaleza, y de la convivencia con nuestro prójimo.
Ver, escuchar, oler, degustar, tocar, son el camino más seguro para amar. Quién no se ha enamorado con tan sólo ver; quién, que incluso no ve, puede igualmente quedar prendado de otra persona con tan sólo escuchar su voz, con oler el perfume natural de una piel, que por sí misma, habla del ser tan especial que está frente a nosotros y está emitiendo señales de igual agrado, de empatía, de atracción. Quién con el sólo el roce de una mano con ese discreto contacto puede saber que su ser está emocionado por la cercanía del amor, al sentirse enamorado.
Hay amores que, incluso, sin haber tendido tan cerca su presencia para ser detectada por nuestros sentidos, se encuentran sin pensarlo, dentro de nuestro corazón, porque desde nuestra creación formaron parte de nuestro ser.
Afortunado es aquél que ha logrado conjugar la apreciación de todos sus sentidos y vive con un espíritu enamorado, que va creciendo en intensidad día con día y logra establecer una relación de perfecta armonía para encontrar la paz generadora de la eterna felicidad. Afortunado pues, soy yo, que he podido sentir tu amor más allá de una relación material, porque tu espíritu habita en mí desde antes de tener una identidad mortal para conducirme en esta vida. Que te veo y te escucho, y te huelo y te degusto, y te toco, porque estás en mí, Jesús, mi Dios, mi Salvador.
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