El avance de COVID-19 hace que países endurezcan la cuarentena, otros avanzan en la desescalada, pero ¿habrá rebrotes? ¿Cuál es el papel de la decisión individual y cómo influir en superar la pandemia? Las experiencias están envueltas en incertidumbre debido al temor de que la reducción del distanciamiento de lugar a rebrotes. Algunas regiones dan marcha atrás en la desescalada y toman medidas más restrictivas.

Mientras no exista vacuna, toda relajación de distanciamiento social lleva riesgo de rebrote. Para mitigarlo hay medidas de prevención que todos deben respetar. Es paradójico que, con miles de muertos y cuarentena sin precedente, es frecuente ver personas que en la calle sin precaución. ¿Es irresponsabilidad o comportamiento que obedece a causas profundas? La respuesta probable a la segunda pregunta es que no, quizá porque la mayoría relaciona economía con dinero y números, cuando es la ciencia que estudia la acción humana. Los economistas contribuyen para entender la complejidad del comportamiento de las personas y ayudar a entender la aparente irresponsabilidad que observamos.

Medios de comunicación y gobiernos apelan a la responsabilidad colectiva, con efecto de estos mensajes, limitado. Hay casos en que el mensaje llega de quien subestimaba y bromeaba sobre COVID-19. El punto es pérdida de credibilidad de las instituciones que acota el alcance de su mensaje, dado que los ciudadanos son escépticos a la hora de asumir los hábitos recomendados. Esta hipótesis puede ser razonable en algunos casos, pero el descrédito institucional no es a escala global, por tanto, no es una explicación suficiente.

La teoría de juegos, usada en economía, es útil para entender esta faceta humana. Las medidas de prevención durante el desconfinamiento son limitaciones que se impone al individuo y que valora costosas en términos de calidad de vida (renunciar a fiestas, no salir más de lo necesario, llevar mascarilla incluso en espacios abiertos, lavarse las manos continuamente, etc.), restricciones que se imponen de manera individual, lo que supone que se perciben como sacrificio personal.

Como es propio de la naturaleza humana, de todo coste se espera beneficio, “ahí está el detalle”. La ganancia por respetar las medidas de prevención no es visible a nivel individual, significa que el beneficio esperado de cada contribución personal se distribuye de forma tan imposible de cuantificar entre la sociedad, que es inapreciable para el individuo. Muchas personas perciben que su actitud individual no repercute en el resultado colectivo, por tanto, es inútil y costoso la llamada a la “responsabilidad colectiva”.

La situación deriva en equilibrio de Nash: Al menos parte de los jugadores no tiene incentivo para modificar su posición ya que es incapaz de predecir lo que harán los demás. La imposibilidad de calcular el valor de cada contribución individual al bienestar común, hace que éste se considere variable exógena en el cálculo de coste/beneficio que inconscientemente realiza la persona, incluso en sus hábitos cotidianos.

Si respetar las reglas supone sacrificio personal, permitirnos cosas que deseamos y que durante mucho tiempo nos han prohibido, supone ganancia de bienestar a nivel individual. Por el contrario, los costes personales pueden ser percibidos bajos y adoptar las medidas dada la tasa de mortalidad de la pandemia. Todos tienen idea de las pérdidas que un rebrote causa a la panadería del barrio, pero nadie determina qué parte de ellas corresponde a su propia irresponsabilidad. Si vamos a la calle y preguntamos a las personas que circulan sin precaución, la mayoría admitirá que existe riesgo de contagio, pero la probabilidad de que se traduzca en fallecimiento en su caso particular es muy baja. La mayoría tiende a subestimar su contribución individual a la pérdida social, considerando el resultado colectivo como realidad impuesta por factores ajenos a su comportamiento.

El dilema se presenta entre individualizar costes y socializar beneficios o dejar que los demás asuman los costes y disfrutar de la ganancia. El problema guarda relación con el dilema del free rider, donde hay incentivos para que los jugadores pretendan disfrutar del bienestar colectivo sin asumir el coste individual que éste requiere para ser alcanzado. Si la persona considera que el resultado colectivo es independiente de decisiones individuales se crearán incentivos para que aparezcan rebrotes. Ejemplo: un joven está decidiendo si participa en una fiesta donde no se guardarán medidas de prevención: si la desescalada va a retroceder independientemente de que la fiesta tenga lugar, ¿por qué no participar?

El dilema es elección entre alternativas: respetar las recomendaciones para prevenir contagios o reanudar patrón de comportamiento anterior a la pandemia. La primera opción supone individualizar costes y socializar beneficios, la segunda, lo contrario. Cuando vemos personas que insisten en hábitos irresponsables se debe entender que tras de su comportamiento hay causas profundas, cálculo económico de costes y beneficios de utilidad marginal, inconsciente. Es un problema de externalidad tan extendida, que muy pocos podemos decir que estamos libres de irresponsabilidad.
La solución podría ser crear incentivos para individualizar beneficios, que la persona vea ganancias concretas. Dada la complejidad del dilema es difícil la solución, pero existen líneas de acción que ayudan a entender la dirección de decisiones a tomar. Dado que la raíz del dilema es el carácter socializado de los beneficios (respetando las normas) y de los costes (ignorándolas), una solución es individualizarlos. Así, si la persona tiene percepción directa de todas las consecuencias de sus acciones, es posible que tome decisiones más racionales.

Individualizar costes es problemático. Repercutirlos supone multa o castigo a los nuevos infectados, lo cual es discutible moralmente e inviable dada la imposibilidad de discriminar cuándo una infección se dio por irresponsabilidad de la persona o de forma involuntaria. Se puede añadir penalizar a personas que no cumplan medidas de seguridad (no llevar mascarilla)

Otra forma de individualizar los costes es el rastreo de movimientos de las personas infectadas, como en Singapur o Corea del Sur. Los enfermos que decidieran no respetar reglas de confinamiento y exponer al contagio a la sociedad podrían ser fácilmente identificados. Esta solución choca con la libertad individual y el derecho a la privacidad y no aplica a las personas que sin estar infectadas se expongan al riesgo de contagiarse. Una forma más viable es individualizar los beneficios de respetar las normas. Que el individuo vea ganancia concreta en su calidad de vida, premio a su responsabilidad. Ejemplo: pruebas a los pasajeros de aviones, solución que otorga la posibilidad de desplazarse por vía aérea a quien demuestre estar sano. Así, quien planifica viaje tiene incentivo para ser responsable y está dispuesto a aceptar el coste personal de respetar normas al ser compensado por el beneficio de poder viajar.

El dilema del respeto a las restricciones derivadas de la pandemia es fuerte y seguirá. Como nos enseña la teoría de juegos, estamos en equilibrio de Nash, es decir en un juego no cooperativo.