En la capital de Tamaulipas se vive en extremos respecto al comportamiento laboral por jefes y patrones. Hay patrones federales que permiten excesos al trabajador empezando por llegar tarde y de ahí pal real, múltiples concesiones a grado tal que muchos empleados pasan su vida laboral haciendo antigüedad. Otros caen en exprimidores de personas por resentimientos íntimos que aplican a quienes no pueden defenderse, con cargas de trabajo, responsabilidades ajenas que alguno de los que se la pasan haciendo antigüedad, deberían hacer, etc. Jefes fuera de control de sí mismos evitando que la pasión sea el motor del hacer de su organización.

En Victoria, ciudad burócrata, se multiplican reclamos por deficiente calidad de servicios que otorgan municipio, estado y federación. Ese reclamo se desprende de falta de querencia del trabajador a la labor que realiza y, por lo tanto, no hay pasión. Hacer crecer la nómina oficial por compromiso político o social ha sido un grave error crónico que genera conflictos porque se recurre a contratos mal pagados a trabajadores, en especial de la salud y de la educación, que si cumplen.

Una preocupación organizacional es retener talento. La plataforma LinkedIn expone algunas cuestiones que los líderes no toman en cuenta y obligan al trabajador modelo a irse. Los jefes siempre culpan a las circunstancias u otros problemas, y evaden la razón: La persona no deja el trabajo, renuncia a los jefes. Cosas que hacen los jefes para hacer que sus mejores empleados se vayan:

Dar mayor carga de trabajo: Nada desgasta más al mejor empleado que más carga. Es tentador hacer que el mejor trabaje mucho. Grande carga laboral hace sentir al buen empleado que es castigo por hacer las cosas correctas. Una investigación de Stanford encontró que cuando la semana laboral sobrepasa 50 horas, la productividad decae. Baja más, cuando se exceden a 55 horas.

No reconocen aportaciones ni recompensan el buen trabajo: Es fácil subestimar una palmada en la espalda, sobre todo con el buen empleado pues necesita estar motivado. El jefe debe comunicarse con sus empleados para saber cómo se sienten (mal, bien, necesitan un aumento). Recompensarlos por lo que hicieron bien.

No les importan sus empleados: Más de la mitad de las personas que dejan sus trabajos es por su relación con los jefes. Las compañías inteligentes entienden que debe existir balance entre vida profesional y personal. Están los jefes que celebran el éxito de sus empleados, empatizan con ellos en tiempos difíciles y los retan. Los que no cuidan a su talento, tienen alta tasa de rotación. Resulta imposible trabajar con personas que no están involucradas y que solo les preocupa la producción.

No cumplen sus promesas: Prometer pone a la gente en el límite entre hacerla feliz o verla partir. Cuando se cumple promesas, crece a los ojos de sus empleados como honorable y confiable. Cuando no, son tomados como persona despreciable que no se preocupa. ¿Quién le cumple a un jefe que no respeta su palabra?

Contratan y ascienden a la gente incorrecta: El buen empleado quiere trabajar con los más profesionales. Cuando los jefes no contratan a la gente adecuada, es un desmotivador pues entorpece el flujo de trabajo. Ascender a la gente incorrecta es peor. Cuando un empleado trabaja bien, lo hace por la esperanza de alcanzar un mejor puesto, resulta desmotivador ver que la persona incorrecta es puesta en un lugar inadecuado. Un insulto.

No permiten que las personas sigan sus pasiones: El trabajador talentoso es el más apasionado. Facilitarle las oportunidades para que alcance sus pasiones mejora su productividad y nivel de satisfacción con el trabajo. Pero muchos jefes quieren que sus empleados hagan sólo que deben, no más, temen que la productividad caiga si dejan que la gente expanda su foco de atención y persigan sus pasiones.