En la víspera de celebrar el Dia del Amor y la Amistad, más allá de promover el aspecto comercial que nos invita a correr por un ramo de flores, a preparar una cena romántica, a comprar chocolates, globos, peluches, dulces, galletas, postres, tarjetas, adornos, ropa, discos, celulares o tabletas, y un etcétera interminable de objetos, me cuestiono ¿cuál será la manifestación de amor más grande en la vida de la pareja, eso que trasciende al detalle del momento?

A lo largo de los años, he llegado a comprender que la mayor muestra de amor desde mi muy particular punto de vista, es la aceptación del otro, con sus virtudes y defectos, así como es, sin intentar cambiarlo o de hacer que, con chantajes o manipulación, se vaya adaptando a nuestras propias necesidades, imponiéndole nuestros gustos, puntos de vista o filosofía de vida, haciendo que pierda el rumbo de lo que buscaba alcanzar, destrozando sus sueños, y en cambio, desarrollar la capacidad para disfrutar de sus diferencias.

Respetar el esfuerzo realizado por construirse, por hacerse de habilidades para enfrentar las vicisitudes del camino y reconocerle lo logrado, sin apropiarnos de su voluntad o de intentar modificar lo que a nuestro parecer no es lo más adecuado en su personalidad, estoy convencida que nos lleva a la admiración y consideración mutua.   
Aprender a conocerlo sin juzgarlo, acogiendo su forma de ser y valorando lo que es, como resultado de su propia experiencia; tener la disposición para escuchar la narrativa de su historia anterior a nuestro encuentro, quizás permita descubrir los porqués de su actuar. Seremos confidentes de la evolución de su crecimiento y encontraremos el sustento de su forma de ser. 
Sabemos por nuestra propia vivencia que cada uno lucha por construir su carácter, sus sueños, sus objetivos, en base a los recursos que le rodean y siguiendo el impulso de sus propias emociones. Nos formamos para enfrentarnos a un futuro que ilusionamos.  

Elegimos nuestra profesión y también vamos construyendo el ideal de nuestra media naranja y corremos tras algo que nosotros mismos hemos imaginado, buscando encontrar en ella cualidades afines y gustos comunes. Vamos tras un modelo de perfección, exageramos las virtudes, pasando por alto aquello que nos desagrada. 

La idealización nos lleva a buscar lo perfecto, a poner virtudes, caracteres y emociones similares a las nuestras, donde no las hay. Siempre habrá diferencias y puntos de vista en los que no coincidamos. Nadie puede mantener a su lado a un ser humano perfecto, sobre todo cuando llega la intimidad a la pareja y empieza a desnudarse la realidad de dos personas formadas en familias diferentes, con costumbres y valores distintos, con formas de hacer y de hablar con sus propias particularidades. 

Nos envuelve el romanticismo del inicio de la relación y caemos en una sobrevaloración de la persona elegida. Vaciamos en ella muchas de nuestras carencias y creemos que posee todo aquello que nos viene a complementar, pero más temprano que tarde, llega la desilusión. La realidad se impone. Día a día, minuto a minuto, poco a poco van cayendo una a una nuestras expectativas, y surge ante nosotros una persona humana, con errores y defectos. 

Mucho tiempo habrá que pasar para conocer verdaderamente a nuestra pareja. Los años van descubriendo su verdadero carácter, su espíritu y su sensibilidad. Los momentos difíciles serán los que pondrán a prueba la resistencia de ambos para permanecer juntos y serán precisamente ellos los que permitirán visualizar en su real dimensión a quien nos acompaña en nuestra vida. 

Se revelará ante nosotros con su propia personalidad, con opiniones y gustos; compartiremos los buenos y malos días, lo que nos hará establecer una relación verdadera sin expectativas rígidas que nos permitan estar enfocados en lo que como pareja queremos. 

Pero también tendremos la oportunidad de reconocernos y aceptarnos nosotros mismos, de tal manera que dejemos de cuestionar cada detalle, y empecemos a aceptarnos y reconocernos mutuamente, lo que nos dará elementos para vivir con todo lo que somos y todo lo que tenemos. 

Con la aceptación del otro nuestra actitud se modifica, tenemos más capacidad de comprensión y solidaridad dejando a un lado la intransigencia o la intolerancia. Si dejamos de intentar cambiar a las personas que nos rodean, tratando de imponer nuestros puntos de vista y nuestras decisiones, y los aceptamos como son reconociendo sus límites, tenemos todo el derecho de exigir que se nos respeten nuestras costumbres, nuestra forma de ser y de pensar. 

 “Te acepto como eres, con tu más grave error; con todos mis defectos, acéptame como soy”: Napoleón. 

 

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