Qué cortas suelen ser las noches, cuando al disponerse a dormir, se está en espera de que llegue algo que todo el día anhelamos.
Qué breves los sueños, cuando estos no concluyen como deseamos.
Qué oscuro el día que debiendo ser claro, no deja pasar la luz
para ayudarnos a evitar que tropecemos como acostumbramos.
Abrir y cerrar, mas nunca, dejar entreabierto o entrecerrado,
porque ese es un estado de libre paso, para iniciar lo que debió quedarse en el pasado.
Abrirse al verdadero amor que Dios nos obsequió como su mayor legado; abrirse, cuanto sea necesario, para que tu alma repose con la paz, después de sentir tu orgullo doblegado.
Cerrarte a una forma de ser que de origen es muy tuya, para poder conceder la razón, exige por necesidad y amor, renunciar a ello, para ser bien aceptado.
No te duela entonces el amor que de corazón profesas, pues la felicidad de otros debiera ser prioridad, aunque de por vida seas sumiso y mansamente callado.
Abrirte y cerrarte a la vida cuantas veces sea necesario, para no sentirte acosado por la mezquindad dañina que te invita a estar siempre ofuscado.
Abrirte al amor de Dios y cerrarte al egoísmo, es tu destino, para llegar a él con un espíritu puro y en el cielo ser aceptado.

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