Vivir de prisa no nos lleva a ninguna parte, no al menos, en nuestras pretensiones de escapar de los problemas, o de llegar primero a lo que consideramos que es lo mejor que nos puede pasar, de hecho, es más factible tropezar cuando se dan pasos largos y además se le imprime velocidad, porque nuestra atención se fija primordialmente en llegar a una meta lo más pronto posible, y dejamos de pensar en los detalles que salen a nuestro paso, en los obstáculos que no pudimos eludir por ir tan de prisa.
Vivir de prisa, evidencia, en muchas ocasiones, la posibilidad de padecer trastornos mentales como la ansiedad, y como mencionábamos en un principio, si lo que está impulsando nuestra carrera, es el miedo a enfrentar situaciones difíciles, o a los cotidianos problemas que nos asaltan, ya sea en los ámbitos familiar y laboral, esta emoción, no nos permite tener muy claro a dónde deseamos ir, porque preferimos huir ya sea para esconder, o para que no nos alcancen, situaciones mortificantes.
Dar pasos cortos a una velocidad que nos permita reflexionar sobre aquello que nos inquieta, nos brindará múltiples oportunidades para resolver las situaciones preocupantes, el caminar dando pasos breves nos permite tener plena conciencia para analizar todo aquello que nos preocupa.
Si has de correr, que sea para satisfacer la necesidad de saberte capaz de controlar tu equilibrio emocional, para verificar que tu cuerpo te responde a voluntad, para llegar con claridad a la meta que te has puesto, o para huir de una amenaza real en un momento determinado, más no impulsado por tu miedo, porque resulta más que frustrante, cuando ya no puedas correr más que de lo que estabas huyendo: de ti mismo.
“Lo más aterrador es aceptarse a uno mismo por completo” (Carl Gustav Jung)
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