¿Qué forma de amar es esa? ¿Qué es lo que hace la diferencia entre unos y otros? Igual puedes amar a quien no es tu sangre, que no denota la misma forma en que dices amarme a mí. Quisiera saber qué tengo que hacer para que me ames sin tener que someterme a la clasificación de los grados en los que sueles catalogar a los que amas. Con los extraños, eres sumamente complaciente y amable, y conmigo pareces tan distante.
Lo anterior me lo comentaba una de mis pacientes, cuando al ser aquejada por un dolor que no podía describir con claridad, decidió buscarme. Identifiqué varios síntomas de la depresión, de ahí que cuando me preguntara: ¿Qué tengo? ¿Qué tan enferma estoy? ¿Es un mal incurable? ¿Acaso es cáncer?. Le expliqué que su malestar estaba siendo provocado por un Trastorno Depresivo Recurrente, y le sugerí acudiera a nuestro servicio de Psicología, donde seguramente le darían una mejor atención; la paciente aceptó, pero me pidió al menos la escuchara unos minutos más, por lo que accedí con agrado, pues reconocí en ello la necesidad que muchos de nosotros tenemos de ser escuchados, así es que me esmeré en escucharla, ella dijo lo siguiente: Conocí el amor de madre y lo concebí como el mejor modelo para poder definir lo que he sentido es mi mayor necesidad; de igual manera pensé que ese mismo sentimiento, había sido heredado por mis hermanos, pero al poco tiempo me percaté que era diferente, algunas veces pude descubrir que en algunos de ellos reinaba el interés, en otros el egoísmo, otras veces la envidia, era pues, un amor que no cumplía con todos los atributos con los que conocí como el verdadero amor. Reconozco que por ello, mi carácter fue cambiando, de ahí que adopté muchas de las posturas de conveniencia que exigía el amor entre hermanos: Tú me das, yo te doy, tú me niegas, yo te niego, me das poco , te doy poco; pero en el fondo sabía que eso no era amor, porque el amor de mi madre era incondicional, no me pedía nada a cambio, no me exigía se lo regresara con la misma intensidad, era comprensivo y desinteresado, no era egoísta, ni envidioso, por eso, al morir mi madre, con ella se fue el amor , el único amor que conocía y llenaba todas mis necesidades; al estar sin ella, me sentí abandonada, y busqué refugio en mis hermanos, pero todos estaban demasiado ocupados para atender mi necesidad de ser amada; ellos decían amarme a su manera; con el tiempo, me fui sintiendo más sola y poco a poco se me fueron quitando las ganas de vivir, le perdí el gusto a las cosas que me hacían feliz y de pronto me fueron apareciendo una serie de achaques, como ese dolor que le he contado y nunca han podido aliviar los médicos con los que he consultado. Hizo una pausa y se puso a llorar, pero pude sentir cómo en cada lágrima dejaba escapar muchas de las frustraciones, y pensamientos negativitos que solemos acumular durante la vida. Yo seguí su proceso de manera silente, en forma contemplativa, pero sintiendo cómo el dolor que decía era inexplicable, afloraba y tenía nombre. Ella secó sus lágrimas y me dio las gracias; entonces le volvía sugerir acudiera al servicio de Psicología.
Cuántas veces pensamos que el amar al prójimo requiere de un esfuerzo mayúsculo, que nos pide renunciar a nuestro tiempo, que nos exige sacrificios inaceptables; no hay dolor más fuerte en el ser humano, que el que causa el desamor. Ama a tu prójimo como a ti mismo.
Si no puedes darte todo, al menos date la oportunidad de escuchar a los que sufren de soledad, a los necesitados de amor, a los que buscan afanosamente sentir, ver y escuchar a Dios en el amor que desborda tu persona.
“En verdad os digo: Siempre que lo hicisteis con algunos de estos, mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25:40)
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