Un atribulado amigo me comentaba que había decidido cambiar su forma de ser, porque hasta ahora, su comportamiento permisivo sólo le había traído problemas, ya que por su excesiva tolerancia sentía que era objeto de constantes abusos de parte de las personas con las que más convive.

Sin pedirme directamente un consejo sobre este particular, mas interpretando que era una abierta invitación a dialogar sobre el particular, se me ocurrió preguntarle si alguna vez se sintió cómodo con ser tolerante; y sin el menor titubeo, respondió que sí, que de hecho, reconoce que el ser tolerante es una característica de su personalidad, y que de antemano siente que jamás podría cambiar su naturaleza. En ese momento, me percaté que lo que en verdad le estaba ocurriendo a mi amigo, no tenía nada que ver con la necesidad de modificar su conducta, sino de darse la oportunidad para analizar en qué situaciones intervienen otros factores que directa o indirectamente pueden e interactuar, dándole un enfoque diferente a las mismas, causando una distorsión de la realidad, ocasionando el sentimiento de estar siendo objeto de un abuso.

Mi observación logró captar su atención y me pidió le diera un ejemplo, entonces le dije: que tal el hecho de estar realizando acciones que se conciben como importantes, pero que en realidad no lo son, en un momento en el cual, la verdadera prioridad es otra, y de inmediato repuso: ¡Prioridad, para quién!; sin duda para ti mismo; pues percibo que eres de esas personas que les agrada mucho servir a los demás, y aunque no es tu intensión el esperar la gratitud por ello, cuando no puedes cumplir con las expectativas, antes de decepcionarte de ti mismo, empleas un mecanismo de defensa para decepcionarte de los demás.

Dicho lo anterior, moviendo la cabeza evidenciando no estar de acuerdo conmigo, replicó: Ya ves cómo sí tengo la razón, lo único que quería era que me escucharas, no que cuestionaras mi forma de ser. Ni hablar, a cada quién los suyo.

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