La propuesta de reducir la jornada laboral en México a 40 horas semanales está a punto de cambiar la vida laboral del país tal y como la conocemos. ¿Trabajar menos y ganar lo mismo? Eso suena casi a utopía en un país donde la mayoría apenas y tiene tiempo de ver a su familia entre turnos eternos, traslados largos y cansancio acumulado.

Pero la conversación va muy en serio y ya tiene nombre y apellido: reforma al Artículo 123 constitucional. Lo que se está cocinando en el Congreso no es un simple ajuste de horarios, es una transformación que busca darle un respiro a millones de trabajadores sin tocarles el bolsillo. ¿Será posible? Veamos en qué estado se encuentra el proceso de cambio.

 

El objetivo es claro: dos días de descanso y una jornada más humana

Hoy en México se trabaja mucho, quizá demasiado. Las cifras lo confirman: más de 2,200 horas al año frente a un promedio internacional de 1,752. Eso representa el equivalente a dos meses más de trabajo al año que un empleado en Alemania o Canadá. Por eso, esta reforma no cae del cielo. Es una respuesta a un modelo laboral que lleva años exigiendo más de lo que muchas personas pueden dar sin romperse. La propuesta busca reducir la semana laboral de seis a cinco días, con dos días de descanso obligatorios y sin que esto afecte el salario.

La idea es que las ocho horas menos a la semana no se traduzcan en menos dinero, sino en mejor calidad de vida y una jornada más justa. Quienes impulsan la jornada reducida en México lo tienen claro: hay que modernizar las reglas del juego y dar un paso más en la dirección de equilibrar el trabajo con la vida fuera de él. La presidenta Claudia Sheinbaum quiere que sea una promesa de campaña cumplida, y hay iniciativas presentadas, mesas de diálogo abiertas y un consenso que, aunque no es absoluto, avanza.

 

¿Cómo va el proceso legislativo y cuándo podría aprobarse?

Hasta la mitad de abril de 2025, el tema sigue en comisiones, en una fase de ajustes finos. A pesar de que ya hubo dictámenes previos y hasta foros públicos desde 2023, el cambio de legislatura obligó a reiniciar parte del camino. Ahora, el nuevo Congreso tiene la tarea de retomar ese impulso y convertirlo en ley. Hay optimismo, sobre todo porque los legisladores han dicho que este año no pasa sin que se apruebe. La idea es votar la reforma antes de que termine abril, aunque si se les va el tiempo, tienen el segundo periodo de sesiones (de septiembre a diciembre) como margen.

 

Eso sí, nadie espera que un día se apruebe y al siguiente todo el país esté trabajando 40 horas a la semana. Por eso se ha planteado una transición escalonada que podría arrancar a finales de 2025 y completarse en 2026 o 2027. ¿Qué implica eso? Que en el primer año se podría trabajar medio día más el sexto día, y ya al segundo año, descansar sábado y domingo completos. Hay incluso propuestas que contemplan tiempos diferentes según el tamaño de la empresa, dándole más margen a las micro y pequeñas, mientras que las grandes tendrían que adaptarse más rápido.

Esto podría ser un problema para algunas industrias, sobre todo las que funcionan 24/7 como el turismo, la manufactura o el comercio, que advierten que no será fácil reorganizar turnos y mantener productividad sin sumar personal. Y contratar cuesta. Las cámaras empresariales han levantado la voz diciendo que, si se impone sin flexibilidad, muchas PyMEs podrían tambalear o incluso cerrar. La medida, sin lugar a dudas, no está exenta de debate.

 

¿Qué dicen los expertos y el sector laboral?

Al contrario que la patronal, los sindicatos ven con buenos ojos la reforma. La CTM, por ejemplo, la ve como un logro histórico que tardó demasiado en llegar. No solo apoyan la reducción, también proponen que el ingreso semanal aumente, aprovechando el valor adicional que representa una hora de trabajo en una jornada más corta. Otros gremios como la UNT y la CROC han dado su respaldo, sumando fuerza a una demanda que no es nueva, pero que ahora tiene más eco que nunca.

Desde el mundo académico, la mirada es más técnica pero igual de optimista. La OIT respalda la reducción, siempre que se haga de forma dialogada y progresiva, justo como se plantea en México. Expertos laborales afirman que muchas empresas tienen margen para hacer ajustes sin contratar más personal. Basta con eliminar tiempos muertos, usar tecnología y dejar atrás prácticas obsoletas que premian más las horas que los resultados.

Y aquí entra una idea que cada vez suena más fuerte: hay que dejar de medir la productividad en tiempo y empezar a medirla en resultados. Así, trabajar menos podría ser el empujón que muchas empresas necesitan para innovar. Todo indica, por tanto, que México está a punto de dar un paso enorme hacia un modelo laboral más justo, más moderno y, sobre todo, más humano. Las próximas semanas serán decisivas.