Cuando surgieron me encontraba entre los entusiastas de las redes sociales, pues estaba reencontrando amistades y familiares que tenía tiempo de no ver ni escuchar, me mantenía en contacto con mi propia familia y fue una herramienta muy útil para comunicarme con los estudiantes, a quienes ni los emails ni los blogs convencían tanto.

Era la época cuando creíamos que las redes daban una nueva oportunidad a la libertad en el mundo, aunque había una espinita: que el mercado terminaría por engullir a las redes sociales en su lógica. De hecho, en la actualidad, todo está marcado por la demonización política, para llamarla de alguna forma. Unos la tildan de polarización y otros adjetivos menos elegantes.

Hoy no las he dejado por trabajo, pero he cerrado cuentas en algunas redes y otras las reabrí por razones laborales: para estar al tanto de información o tan simple como incluir en una nota el link de un emprendimiento del cual estoy contando su historia. En diciembre pasado, en vacaciones, me desconecté del todo y fue el paraíso. Tampoco a nadie le hizo falta, pues poca gente me sigue y creo que lo que publico ahí interesa poco o nada.

El sentimiento a nivel personal se complementa últimamente por informaciones sobre los efectos y la gestión de datos personales que tienen las empresas encargadas de Facebook, Instagram, Twitter, LinkedIn, Tinder, Tik Tok y más. Son como una cadena y llegan desde diferentes frentes.

Cada vez se habla más de la fatiga en la redes sociales o por las redes sociales. Hay un sentimiento de cansancio y las recomendaciones de desconexión son cada vez más repetidas, al tiempo que la gente les pone cada vez más atención. Esa es la menor de las críticas que se generan… en las mismas redes sociales.

La Unión Europea, de hecho, avanzó en la legislación para obligar a las firmas a adoptar medidas serias de protección de los usuarios, limitando el uso de datos para redirigirles publicidad digital. No es el único lugar donde enfrentan cuestionamientos.

En Estados Unidos, donde dicen que hay abogados para que uno pueda demandar a quien sea por cualquier cosa, varias de ellas enfrentan una demanda legal.

El distrito de la escuela pública de Seattle, en EE.UU. y donde hay más de 50.000 estudiantes, demandó a Meta (casa matriz de Facebook e Instagram), TikTok, Snapchat y YouTube, entre otras, por supuestamente causar adicción, dañar la salud mental de los más jóvenes, funcionar como plataformas publicitarias y de explotar los datos de los menores para hacer negocio.

“Los anunciantes pagan una prima para orientar los anuncios a categorías específicas de los usuarios, incluidos los jóvenes”, se sostiene en la demanda. “Los acusados han explotado con éxito los cerebros vulnerables de los jóvenes, enganchando a decenas de millones de estudiantes en todo el país en bucles de retroalimentación positiva de uso excesivo y abuso de las plataformas de redes sociales”.

En la demanda se sostiene que entre 2009 y 2019, coincidiendo con los tiempos de mayor expansión de las redes sociales, la tasa de estudiantes de secundaria que afirmaron tener “sentimientos persistentes de tristeza o desesperanza” creció 40% y que los niños que consideran seriamente intentar suicidarse aumentaron en un 36% y la proporción que desarrolló un plan de suicidio aumentó en un 44%. Los cuestionamientos no se detienen ahí. Y hay más.

Como publicamos en el boletín de información EF de la mañana, un estudio indica que el 99% de los consejos de nutrición en Tik Tok, que alcanzaba 1.200 millones de usuarios diarios a nivel global en octubre pasado, no son de especialistas. El mismo fenómeno lo vemos en otras redes sociales con los llamados influencers.

Más recientemente, las autoridades alertaron sobre el “reto clonazepam” o “el que se duerma el último, gana”, un desafío viral en TikTok, que en 48 horas causó que ocho estudiantes mexicanos (cinco en la capital y tres de Nuevo León) se intoxicaran en sus respectivas escuelas con ansiolíticos, medicamentos con efectos tranquilizantes que necesitan una receta médica.

Los cuestionamientos se turnan con las publicaciones sobre cómo aprovechar las redes sociales o diversas experiencias positivas. Determinar hacia dónde se inclina la balanza es difícil y tampoco se puede uno ir al extremo de convertirse en un ermitaño digital. Pero otras informaciones empujan en el sentido de salirse y menos en querer entrar. Solo que tampoco parece suficiente.

En esta semana recibí una información enviada por el Colegio de Profesionales en Informática y Computación (CPIC) en la que se indica que hay redes sociales como Facebook e Instagram que además de recopilar datos de sus 2.934 millones y 1.270 millones de usuarios activos al mes en 2022, respectivamente, también podrían tener en sus servidores datos de quienes nunca han abierto una cuenta en ellas. ¿Cómo es posible?

Ocurriría de la siguiente manera: cada vez que un usuario de la app móvil de Facebook utiliza la función de “Importación de contactos”, automáticamente brinda acceso a la libreta de direcciones de su dispositivo, lo que abre la posibilidad de que la plataforma recopile nombres, números de teléfono y direcciones de correo electrónico de sus contactos. Emoji de auxilio.

El CPIC indica que la propia red social reconoce en su “Servicio de Ayuda” la existencia de esa posibilidad en cuanto al manejo de los datos de terceros, los cuales son subidos a diario a los servidores. Aunque, según Alonso Ramírez, miembro de la Comisión de Ciberseguridad del CPIC, no habría que alarmarse pues la misma red ofrece una herramienta para que las personas corroboren si tiene su información personal e incluso, solicite que sea eliminada.

“Las personas que no son usuarias pueden solicitar que se les indique si la plataforma tiene en sus archivos tres tipos de datos recopilables: número de teléfono fijo, teléfono móvil y dirección de correo electrónico. En caso de ser positivo, pueden pedir que sea eliminada”, afirmó Ramírez. ¿Queda resuelto?

El especialista admite que en el caso de Facebook los no usuarios deben tener claro que la plataforma no borra al 100% su información, ya que mantiene una copia en su lista de bloqueo con el fin de evitar que se vuelvan a subir a la base de datos.

Así las cosas, ni no estando está uno metido ahí. Lo mejor es mantener discreción sobre lo que uno hace y sobre lo que los demás hacen.