Quizás nunca te lo habías planteado, pero ¿puede que estés sufriendo el síndrome del salvador? Cuando sientes cierta atracción por aquellas personas que tienen un problema y tú deseas ayudarles, es posible que dediques todas tus energías para intentar rescatarlas.

No es extraño que te encuentres con personas que necesitan ayuda, pero si siempre atraes a amigos que requieren que les tiendas una mano o a parejas con este perfil, estás padeciendo el síndrome del salvador. Las relaciones se vuelven verticales, en lugar de horizontales; conceptos de los que nos habla el psicólogo Arun Mansukhani.

Aquí no hay reciprocidad. Tú das, el otro recibe y listo.

¿Dónde se gesta el síndrome del salvador?

El síndrome del salvador no surge de la nada, sino que, como muchos otros, se gesta durante la infancia y la adolescencia. Es en esta edad que se forma la personalidad y los traumas.

Quienes han sido identificados con este síndrome han tenido que ser responsables de niños, cuando eso les correspondía a los adultos. Quizás, unos progenitores que se separan y que no están gestionando bien el divorcio, provocan que un hijo deba comenzar a hacerse mayor antes de tiempo. Quienes deberían velar por su bienestar no lo están haciendo.

El resultado de todo esto es una necesidad que no ha sido cubierta. Hay una demanda de amor, cariño, atención y satisfacción que no ha estado presente.

¿Cómo puedes saber si sufres el síndrome del salvador?

Tal vez te hayas sentido identificado con lo que hemos mencionado. El síndrome del salvador es mucho más frecuente de lo que pensamos.

La psicóloga Silvia Congost trata este tema de forma muy clara en una entrevista que le hicieron en la televisión hace tiempo. Esta es la forma en la que nos dice que podemos identificar si sufrimos o no el síndrome del salvador.

Tienes la necesidad de dar aquello que no te han brindado
Cuando sufres el síndrome del salvador, intentas darles a los demás lo que a ti no te han podido ofrecer. Empatizas de una manera muy fuerte con personas que se encuentran en una situación delicada y siempre estás pendiente de poder resolverles los problemas

Tomas sus situaciones como si fuesen tuyas. Es como si les debieses algo. Pero en realidad, te estás debiendo algo a ti: amor propio.

Buscas el reconocimiento en los demás

Otro aspecto que suele estar presente si sufres el síndrome del salvador es que buscas, de modo inconsciente, un reconocimiento. Pretendes frases como “gracias, me has salvado la vida” o “qué haría yo sin ti”.

Esto te hace sentir bien, porque estás obteniendo aquello que de pequeño te faltó. Por tanto, lo necesitas.

Crees que los demás no dan el 100 %

Seguro que alguna vez te has quejado porque no percibes que el resto de las personas por las que tú lo das todo, hagan lo mismo por ti. No te recompensan de la misma forma.

Te has olvidado que las relaciones son 50-50. Cuando tú das tanto, no permites que los otros aporten.

La circunstancia retroalimenta esa percepción que tienes de que los demás siguen sin satisfacer tus necesidades. Es decir, las carencias de la infancia regresan.

¿Cómo puedes salir del síndrome del salvador?

Una vez que te has dado cuenta de que es muy posible que tengas el síndrome del salvador, es el momento de salir de esta situación. Para ello, lo más importante es que acudas a un profesional de la psicología.

Él te ayudará a enfrentarte a tus temores, a esas necesidades no cubiertas que intentas paliar volcándote en los demás. Puede que la terapia sea larga, pero funcionará.

Otro de los consejos es que tienes que dejar de tratar a las personas como si fueran seres incapaces o desvalidos. Ya son adultas, pueden tomar sus propias decisiones, cometer errores y resolverlos ellas mismas.

No tienes por qué tú hacerlo por ellas. Ahora es difícil, pero con terapia lograrás dar pequeños pasos hacia delante.

Finalmente, debes aprender a quererte mucho. Has tenido muchas carencias de pequeño que te han llevado a esta situación, pero ¿sabes qué? Ahora eres adulto y debes proporcionarle a ese yo pequeño todo lo que le faltó. Hazlo desde ti mismo, no desde esa parte en la que te vuelcas hacia los demás.