¿Sientes como si tu cabeza funcionara a mil por hora? ¿Como si todos tus pensamientos fuesen en cámara rápida y, aunque intentas ponerlos en pausa, no se detienen? Esta situación es propia del síndrome del pensamiento acelerado.
Este tipo de pensamiento se vive como una «catarata» de ideas. Si bien, en algunos casos puede dar lugar a la creatividad y a mejorar nuestra productividad, este efecto solo se consigue cuando sucede durante un período de tiempo acotado. Caso contrario, se produce el desgaste.
¿Qué es el síndrome de pensamiento acelerado?
El síndrome de pensamiento acelerado se relaciona con tener la mente activa de manera permanente, con una hiperproducción de ideas. También se le conoce como taquipsiquia. No obstante, hay profesionales que recomiendan distinguir este último concepto del pensamiento acelerado, ya que sería más propio de la esquizofrenia y los trastornos bipolares.
Por otro lado, vale la pena destacar que puede afectar a cualquier franja etaria. Quizás, antes asociábamos este tipo de malestares a la etapa de la adultez, entre los 35 y los 45 años. Sin embargo, con las agendas repletas de actividades de nuestros días, en la infancia también hay pensamiento acelerado.
Las causas del pensamiento acelerado son múltiples. Pueden ir desde una personalidad obsesiva y controladora hasta los mandatos culturales que refuerzan la idea de que el valor está puesto en la hiperproductividad.
Síntomas
Algunos de los síntomas del pensamiento acelerado son los siguientes:
Fatiga y cansancio.
Déficit de memoria.
Cambios de humor.
Trastornos del sueño.
Ansiedad, nerviosismo, inquietud.
Dificultades para concentrarse, para finalizar una tarea.
Síntomas psicosomáticos: alergias, erupciones en la piel, caída del cabello.
¿Cuáles son las consecuencias del pensamiento acelerado?
Es importante advertir las consecuencias de este síndrome. Si consideramos que pensamientos, emociones y conductas van de la mano, es de esperar que los otros planos se vean afectados. Por ejemplo, estaremos irritables o tendremos dificultades para dormir.
Dado que se produce agotamiento y desgaste, esto afecta el rendimiento. Hacer o pensar más no es sinónimo de hacerlo bien o mejor.
También impacta en nuestras relaciones interpersonales y en nosotros mismos. Empezamos a dudar del sentido y el para qué hacemos las cosas. Vamos perdiendo el disfrute.
¿Cómo evitar el síndrome de pensamiento acelerado?
Algunas de las recomendaciones para evitar el pensamiento acelerado son las siguientes:
Aprende a desconectar y respetar los tiempos de descanso. Tenemos que ser capaces de desapegarnos de las pantallas, del control del correo electrónico, del consumo compulsivo de noticias y de las redes. Hay que encontrar momentos para mirar el cielo sin otra preocupación, para salir a caminar, para hacer actividades que nos hagan bien. En esta misma línea, la práctica de la respiración y de meditación también son saludables y reparadoras.
Haz pausas a lo largo del día y entre actividades. Evita las jornadas extenuantes. No tienen que ser pausas largas, tampoco.
Evita terminar el día con un listado de pendientes. De este modo, lo único que conseguimos es estresarnos e ir a dormir preocupados. No es raro que a veces soñemos con estos asuntos. Por el contrario, lo mejor es empezar el día y organizar una lista de lo que hay que hacer.
Jerarquiza y prioriza. Al realizar el ejercicio del punto anterior, es recomendable elegir por dónde debemos empezar. Así como el tiempo es finito, nuestra eficiencia, atención y salud también lo son.
Aprende a gestionar las emociones y las exigencias. Establece y reconoce límites saludables. Muchas veces, nuestros pensamientos acelerados provienen de la inseguridad, del perfeccionismo, del síndrome del impostor. Por eso es necesario identificar cuáles son las bases de dichas ideas y cuestionarlas para reemplazarlas por otras más funcionales.
Consulta con un profesional. De esta manera, trabajarás tu ansiedad y aprenderás técnicas que te ayuden a gestionar tus pensamientos.
Listado de pendientes.
La “infoxicación” y el mundo digital son también culpables
La lógica con la que funciona el mundo 2.0 es la del consumo de información, publicidad y videos sin pausa. De esta manera, en plazos acotados de tiempo, el cerebro se ve expuesto a una cantidad abrumadora de estímulos audiovisuales. Poco a poco, nos acostumbramos a ello y resulta difícil «bajarse del ritmo».
En muchos casos, normalizamos y presentamos como una habilidad el hecho de trabajar bajo presión. Sin embargo, omitimos las consecuencias que esto tiene a largo plazo en la salud.
En una dirección contraria, se trata de encontrar un equilibrio. Hay que aprender que en ciertas situaciones estamos más estresados y presionados, pero eso no puede ser moneda corriente en nuestra vida.