El objetivo de este artículo es analizar el significado de libertad, desmentir la romántica idea de que existe una libertad absoluta, y brindarle al lector herramientas para ampliar, aunque sea un poco, su libertad interior. Comenzaremos por hablar sobre la idea de la libertad desde la filosofía y la psicología, cómo es que nos aprisionamos a nosotros mismos. a la sociedad, y de qué manera es que podemos expandir esa libertad. En realidad, existe sólo una libertad parcial. Y esta parcialidad puede ser menor en algunos individuos y mayor en otros, en la medida en que el individuo aumente su conocimiento y autoconocimiento.

 

1.     Una libertad aprendida

Sartre decía que estamos condenados a ser libres (2004). Nacemos siendo libres y conforme vamos creciendo la sociedad nos enseña a perder la libertad. Pero hay muchas formas en las que perdemos nuestra libertad. En realidad, no somos completamente libres al nacer. La naturaleza ya nos ha dotado de ciertas limitaciones en nuestras condiciones individuales internas y externas, y sumado a eso están las limitaciones del entorno físico, económico y social en el que nos desarrollamos.

Cuando nacemos no somos conscientes de la diferencia entre la realidad interna y la externa. Somos uno con nuestro entorno y con el universo. Quizá desde el momento en el que nos desprendemos del vientre de nuestra madre, nuestra vida se vuelve una incesante búsqueda por la libertad. Queremos liberarnos de todo. De lo que no nos gusta, de lo que nos incomoda, de lo que nos duele. Conforme vamos creciendo tomamos conciencia de nuestra individualidad y del entorno que nos rodea. Vamos interactuando y experimentando con el mundo exterior y ganamos conocimiento sobre él, su funcionamiento y sus leyes. Entonces nos desprendemos de éste, de sus objetos, de las personas y los seres alrededor, nos entendemos como entes separados, como sujetos libres.

La libertad es necesaria para formar un yo sano. En su libro El miedo a la libertad, Fromm nos menciona que en el proceso de individuación se da el crecimiento de la fuerza del yo (2016). Este proceso, en el que nos liberamos de la creencia de que el mundo y las personas están fundidos con nosotros, nos permite hacernos más fuertes física, mental y emocionalmente. El yo al independizarse o liberarse de quien dependía antes (como por ejemplo de los padres, en la infancia), se ve obligado a ganar cierta fortaleza. Aquello que antes se obtenía con la ayuda de otros, debe ser realizado o crearse con las herramientas que cuente el propio individuo, debe buscar la manera de obtenerlo sin necesitar de ellos. Pero esta libertad siempre tiene límites preestablecidos. Porque, a pesar de obrar según nuestros propios intereses, no debemos olvidar el bienestar común de la nación (Fromm, 2016), es decir, las limitaciones del entorno social.

El condicionamiento social, las normas, leyes, reglas, y la represión, ejercen una fuerza sobre el ser humano, haciéndole creer que la libertad es algo que no tiene y se debe ganar, convirtiéndose así -la libertad- en nuestro mayor deseo.

Es cierto que debemos cumplir con ciertas normas y leyes si queremos vivir siendo libres. Pero también es cierto que tenemos una libertad inherente a nuestro ser, y conforme más conscientes somos de nuestras capacidades y potencial, podemos utilizar esa conciencia para ampliar nuestra propia libertad. El proceso de individuación no sólo nos permite identificarnos como seres libres e independientes, sino que también trae consigo incertidumbre y miedo a la soledad. El desarrollo de nuestra sociedad política y económica trajo como resultado un sentimiento de insignificancia e impotencia, al sentirnos esclavos de la máquina que nosotros mismos hemos creado (Fromm, 2016). Nos hemos hecho la idea de que hemos creado un mundo lleno de posibilidades, que nos hemos facilitado la vida y la existencia con nuestras invenciones, desde naves, tecnologías, ciencias, y de más. Pero sólo somos medianamente libres. Nuestros inventos no sólo nos facilitan el actuar o vivir, sino que también nos crean una necesidad y nos vuelven esclavos de ella, de seguirla produciendo para que “todos” puedan tenerlo y aparte trabajar para poder consumir.

Cuando elegimos algo, renunciamos a otra cosa, pero incluso entre esas elecciones desconocemos muchas más posibilidades. A pesar de que esta renuncia sea voluntaria o inconsciente, nuestra decisión sigue siendo una elección que hacemos libremente, y trae consigo una responsabilidad, una consecuencia, y una pérdida. Esta libertad condicionada es inevitable.

 

Queremos libertad en todos los sentidos, sin embargo, no dejamos de necesitar de otros para sobrevivir. Desde la cosa más mundana hasta lo más intelectual, divino o espiritual, como el deseo de pertenecer a un grupo social, nuestras obligaciones como ciudadanos de una nación, la necesidad de un sistema económico, etcétera. Somos libres en la medida en que somos conscientes de nuestra capacidad, potencial, y de las opciones que existen en nuestro entorno, en el mundo y quizá hasta de aquello que aún no existe.

Entre más conocemos de nosotros, del exterior, la cultura, mayor es nuestra gama de elecciones. Nuestra libertad entonces está condicionada por las leyes del país y del Estado en el que vivimos, las normas que rige su sociedad, las normas, los medios, y las dinámicas familiares, pero también por nuestras limitaciones individuales -físicas, o psíquicas-. La sociedad de cierta forma moldea nuestros deseos, inconscientemente, nos condena a desear lo que es socialmente aceptado o correcto. De esta forma elegimos con base en lo que creemos queremos y lo que la sociedad quiere y espera de nosotros.

Esta condena, aunque parece un bien necesario, podría causarles mucho daño a algunos individuos. Aquellos que son incapaces de adaptarse a las demandas de la sociedad terminan por sentirse alienados, incomprendidos, sin libertad. Cuando estos sentimientos no son bien atendidos, podrían terminar en el desarrollo de una psicosis, neurosis o aún peor, en el suicidio.

2. El conocimiento como herramienta para una libertad interior

Una herramienta necesaria para llegar a ser libres es el conocimiento. Y por supuesto hay más factores que intervendrían en ello, pues el conocimiento por sí sólo sería inútil. Es el cómo lo utilizamos lo que nos va a permitir liberarnos o seguir siendo esclavos.

En Las preguntas de la vida, Savater (1999) habla sobre lo que es o no es el yo. Pareciera que al discutir el tema sobre lo que es o no es y dónde se encuentra o cómo nace ese yo, hace alusión a la consciencia, o quizá sería mejor llamarle psique, para no limitarla. La psique considera procesos conscientes e inconscientes, está conformada por nuestra personalidad y los distintos niveles de consciencia. Ese yo es lo que Descartes llamaba el alma. Pero ¿por qué el yo es el conjunto de nuestra personalidad, la consciencia y sus niveles? Pues porque el yo no reside en un lugar específico del cuerpo ni del tiempo. Puede estar en donde quiera. Y esto se puede comprobar mediante una clase de yoga o de meditación. Bien dicen que aquello en lo que enfocamos nuestra atención, crece.

En las prácticas meditativas se suele dar la indicación de relajar el cuerpo, la persona que logra profundizar en el ejercicio podría incluso dejar de sentir su cuerpo, sentir una inmensa liviandad o sentir como si flotara. Entonces, el yo deja el cuerpo, pero sigue existiendo, porque puede seguir escuchando la voz que le guía, sigue percibiendo sensaciones, y la mente sigue funcionando. Este análisis nos permite ver que, si tenemos la capacidad de separar nuestra mente de nuestro cuerpo, entonces también podemos liberarnos de cualquier otra cosa que no nos pertenezca. De cualquier pensamiento o sentimiento intrusivo o limitante. Pues todo nuestro mundo, más allá de lo material, está construido sólo de meras percepciones y sensaciones.

La filosofía budista dice que la realidad externa está vacía por sí misma. Somos nosotros quienes impregnamos esa realidad con nuestra realidad mental. Para los Budas, son los juegos de nuestra mente, el deseo y el apego, lo que nos ata al dolor y al sufrimiento. Es mediante la comprensión de la mente y la meditación que podemos llegar a ser libres. “El deseo incontrolado es el origen de todos los sufrimientos y problemas. […] los seres humanos creamos numerosos problemas y situaciones de peligro en todo el mundo, […] si pudiéramos controlar el deseo estaríamos libres de todos ellos.” (Gyatso, 1993, p.6). Pero ¿sería sólo mediante la meditación que podemos llegar a cultivar la liberación del deseo y así terminar con los problemas creados por nuestra mente? Pues ciertamente no. También entran en juego la educación y el aprendizaje. Otro punto importante sería el lenguaje, que nos diferencia un poco del resto de los animales, nos permite conocer nuestra historia y crear la realidad (Savater, 1999). El lenguaje también nos permite conocer nuestro entorno y a nosotros mismos.

Entonces, después de adquirir todo este conocimiento de nuestro exterior, sería importante conocerse a sí mismo. Terminar de auto-crearnos. Practicar insight nos permitirá tomar decisiones más adecuadas para nosotros y para los demás. “Si nos hiciéramos más conscientes de nuestras reacciones encadenadas y nuestros patrones de comportamiento, nuestra vida podría comenzar a ser auténticamente libre” (Butler-Bowdon, 2007, p. 210).

Según el análisis transaccional desde la perspectiva de Thomas A. Harris, éste cree que es gracias al Adulto que evitamos arrastrarnos mediante la obediencia irreflexiva, los hábitos o prejuicios enraizados- los cuales corresponden al Niño y el Padre-. En la teoría transaccional se estudian estos conceptos como voces que se hacen presentes en nuestras conversaciones diarias, a lo que Freud llamaría el conflicto psíquico, Eric Berne y Thomas A. Harris analizarían estas instancias mediante el diálogo. Harris pretendía dar a entender con esto que el Adulto es quien nos dejaría un vestigio de libertad. Podemos entonces decir que el Adulto es la consciencia que nos permite conocer, interactuar adecuadamente, decidir, y así ser libres.

Estas mismas instancias, o voces, para Miguel Ruiz, son lo que él llama “el Juez” y la “Victima”. Para él, el primer paso para la libertad es la conciencia. “Para la mayoría de las personas, el problema reside en que viven sin llegar a descubrir que el Juez y la Víctima dirigen su vida, por consiguiente, no tienen la menor oportunidad de ser libres” (Ruiz, 1997, p. 116). Esta conciencia consistiría en conocerse a sí mismo incluidas las posibilidades de lo que se puede llegar a ser.

Pero todo este conocimiento del mundo externo e interno no sería útil tampoco si no se utiliza ni se tiene el deseo o la voluntad de usarlo para el beneficio propio y de los demás, o como una herramienta para la libertad interior.

Se necesitará de la convergencia de los siguientes puntos para una libertad interior. Primeramente, el autoconocimiento, contar con un yo fuerte. Lo que implica una inteligencia emocional, una capacidad introspectiva o autorreflexiva, y conocer nuestros diálogos internos y externos.

Después, el conocimiento mismo, tener una sed de conocimiento global, histórico, cultural, y de todas las esferas que conforman al ser humano y su entorno. Por supuesto dentro de este conocimiento entran la ética y la moral, que juegan un papel importante en nuestro camino a la libertad. Recordemos que nuestras decisiones y acciones afectan a nuestro entorno, por lo que ser libres implica hacernos responsables de sus consecuencias. Como dirían, un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y definitivamente la libertad interior, es de los poderes más grandes que como humanos podemos adquirir.

3. Aprendiendo a desaprender y a aprehender

Si se desea alcanzar una mayor libertad, no sólo debemos ampliar nuestros conocimientos, también debemos cambiar nuestra mente. Lo cual podría verse como un resultado inevitable de los nuevos aprendizajes. Joe Dispenza dice que todo cambio se inicia con un pensamiento (2012), y nos brinda una guía de tres pasos (pensar – hacer – actuar), para generar un cambio. Pero no olvidemos que le falta un ingrediente a la receta de Dispenza: cultivarse. Y por supuesto debería ser el paso número uno.

Muchas veces las personas ya saben qué es lo que tienen que hacer para cambiar, pero se vuelven víctimas e incluso amigos del confort en el que viven. Como las personas que dicen querer bajar de peso, pero no hacen ejercicio ni cambian su alimentación, porque se sienten cómodos llevando la misma rutina de siempre, y prefieren seguir comiendo lo mismo o lo comen en exceso, o llevan una vida sedentaria. Sin embargo, también existe el otro polo donde resulta más complicado cambiar situaciones que parecieran repetirse en la vida de la persona sin que ésta sepa cómo llegó ahí. Ya sea que vengan de patrones mentales, como aquellos que se quejan porque siempre “atraen” parejas infieles, o situaciones que tengan otras raíces fisiológicas, como personas a quienes se les dificulta bajar de peso, personas depresivas o con problemas de ira, que ignoran que pueden padecer algún desorden mental o fisiológico, etcétera. En cualquier caso, será importante que el individuo no sólo se ocupe de meditar en los pensamientos para crear un cambio, sino también que cultive su mente, investigue y adquiera nuevos conocimientos.

Tomando la situación anterior como ejemplo, podríamos decir que una persona que se siente infeliz con su relación puede llegar a pensar qué es lo que realmente quiere de una relación, pero quizá su visión de lo que quiere estaría muy limitada por la situación en la que se encuentra, o por su historia familiar. Quizás desconoce cómo funciona una relación sana. Dispenza hace uso de la meditación como herramienta para cambiar la realidad, pero también hace mención del sanscrito de la palabra, que es precisamente “autocultivarse”. Autocultivarse consiste en tomar decisiones a conciencia, ser conscientemente conscientes. Bien decía Sócrates que el conocimiento nos hará libres, y aunque muchas veces nos traiga más dudas que respuestas, siempre apuntará a un desarrollo cognitivo que nos acerca a la libertad, aunque sea sólo una libertad interior.

El interés principal de la meditación es crear un nuevo estado del ser. Liberarnos de aquello que queremos dejar de ser, hacer, o pensar. Pero para llegar a crear un nuevo estado del ser, es necesario aprender y desaprender. Aprender sobre aquello que deseamos cultivar, desaprender aquello que poseemos y sabemos que no nos sirve o nos estorba, y, finalmente, pensar y ser.

El ser humano no existe. Al menos no de la manera que creemos existir habitualmente. Somos presa de una ilusión, la cual es la base de todos los problemas de tensión, sufrimiento e infelicidad de la vida (Kornfield, 1982). Algo parecido nos decía el Budha Siddhartha Gautama cuando menciona que todo lo que somos surge de nuestros pensamientos (Budha, 2022). Al ser conscientes de esto, de nuestro poder creador, de la capacidad de la mente para crear y moldear nuestra realidad, las posibilidades son casi infinitas. Y para lograrlo, para desaprender y reprogramar nuestros pensamientos, es necesario acceder a nuestro inconsciente. Solamente al volver consciente lo inconsciente podemos dejar de ser víctimas, no sólo de aquello que surge del exterior, sino también de nosotros mismos.

Si tomamos en cuenta que el 95 por ciento del tiempo nos encontramos operando bajo el inconsciente, entonces podríamos decir que la falta de uso de nuestra mente es un problema de salud pública.  Por esto se utiliza la meditación, para obtener, aunque sea un poco de libertad interior. Una libertad que nos permita estar y ser mejores seres.

La meditación nos permite acceder al inconsciente, ver todo aquello que vive en nosotros, tanto lo que nos priva de alcanzar nuestro objetivo, como nuestro potencial desconocido. Nacemos viviendo en este inconsciente, limpio, y que conforme crecemos se va llenando de vivencias, palabras, hábitos, sentimientos y de más experiencias y percepciones que parecen dispararse en automático y pasan desapercibidos ante los ojos de quien los padece. Se dice también que el inconsciente no tiene sentido del humor (Vargas, 2016), es decir, que todo el contenido inconsciente será tomado de forma literal para nuestra mente, como un decreto o una realidad.

Dispenza menciona algo parecido cuando nos dice que la mente no distingue entre pensamientos y experiencias. Acceder al inconsciente se vuelve una tarea primordial para lograr al cambio, sólo al acceder a él podemos traer su contenido a la consciencia, y es en la consciencia donde reside la fuerza de voluntad. Nuestro primer cerebro, la neocorteza es quien tiene la capacidad de conectarnos con la realidad, ésta es la sede de nuestros pensamientos. Gracias a ella, somos capaces de cambiar nuestra realidad mediante el cultivo de pensamientos que se relacionen con aquello que buscamos lograr, y abandonando aquellos que nos entorpecen. Aquello que no se usa se perderá, y aquello en lo que centremos nuestros pensamientos, florecerá. La neocorteza nos permite crear nuevas sensaciones y emociones (es decir, el sistema límbico o segundo cerebro), al crear una nueva experiencia que tendrá el potencial de convertirse en algo habitual o automatizado (tercer cerebro o cerebelo).

Otro punto clave es agradecer por aquello que se busca, como si ya estuviera sucediendo. La única forma de acceder al campo cuántico es viviendo en el ahora. Nuevamente, es importante desaprender, olvidarnos de los viejos patrones de pensamiento, centrarnos en lo que hemos aprendido y lo que sabemos que debemos hacer.

Al conocer, al pensar, nuestro cuerpo secreta sustancias que guardan estos pensamientos o conocimientos en la memoria, como si aquello que pensamos estuviera sucediendo en ese momento. Tras la insistencia mental, eventualmente llegaremos a la realidad buscada. Nuestros pensamientos estarán en armonía con nuestro sentir y nuestra realidad. Pasaremos entonces del estado mental, al estado del ser.

 

Conclusión

Existe en nosotros una libertad inherente. Pero esta libertad trae consigo un compromiso y una corresponsabilidad individual y colectiva. “[…] ser libre no sólo es un motivo de orgullo sino también de zozobra y hasta de angustia” (Savater, 1999, p. 155). Nuestros deseos no siempre se acomodarán a lo que la sociedad espera de nosotros, pero podemos aprender a ser libres sin que nuestra libertad interfiera con la libertad y los derechos de otros. Debemos lograr un tipo de libertad que nos permita sentirnos plenos y realizados (Fromm, 2016). Sartre decía que el hombre es un animal insatisfecho, pues la única diferencia entre la inteligencia de los animales y la del hombre es que el animal sólo procura lo que necesita, está al servicio de sus instintos, mientras el hombre utiliza su inteligencia para crearse nuevas necesidades (2004). He aquí la importancia sobre el conocimiento y el autoconocimiento, de traer a la luz aquello que nos condiciona. Al cultivarnos, conocemos otras posibilidades, pero sólo por medio de la meditación y el conocimiento es que nuestro mundo y nuestra limitada libertad se expanden, al menos, nuestra libertad interior.

Referencias

Budha (2022). EL DHAMMAPADA: El sendero de la realización interior. Editorial Hastinapura.

Butler-Bowdon, Thomas A. (1967). Yo estoy bien, tú estás bien. Editorial Sirio.

Dispenza, Joe, (2012). Deja de ser tú. Ediciones Urano.

Fromm, Erich (2016). El miedo a la libertad. Paidós.

Gyatso, Gueshe Kelsang. (2014). Cómo comprender la mente. Editorial Tharpa.

Kornfield, Jack, (1982). La meditación: aspectos de su teoría y su práctica, en Mas allá del ego. Kairós.

Ruiz, Miguel. (1998). Los cuatro acuerdos. Ediciones Urano.

Sartre, Jean-Paul (2004). El ser y la nada. Losada.

Savater, Fernando (1999). Las preguntas de la vida. Editorial Ariel.

Vargas, Ramiro, (2016). Clase de Psicología, Escuela y Preparatoria Técnica Médica, Monterrey, Nuevo León.