Caminando por el Laberinto de la Verdad, situado al término de la Avenida de la Desesperanza, entre las calles Señor Pequé y me Arrepiento, un hombre somnoliento, de triste figura, peor semblante, y espíritu agonizante, buscaba afanosamente encontrar un remedio para un extraño mal que lo aquejaba; estaba en ese sitio, más que por su voluntad, forzado por la necesidad, ya que, las eminencias médicas a las que había recurrido, no habían podido ni siquiera darle nombre a su enfermedad, mucho menos curarle. De pronto, detuvo su cansado paso para recordar las palabras del último galeno al que había consultado, el cual, una vez que le practicara un amplio número de estudios, había llegado más que a una conclusión diagnóstica, sí, a un dilema médico. Recuerda que el médico le dijo: Jamás había estado frente a un caso como el suyo, se podría decir, que usted tiene el Síndrome del Todo y Nada…

_¿Cómo es eso? _repuso el enfermo_.

_Que no encuentro nada malo en su sentido de la vista, sin embargo está casi ciego, sus oídos no tiene alteraciones patológicas, y está casi sordo; su corazón no tiene lesiones, y pareciera estar desfalleciente; ha recibido ya múltiples tratamientos, y no mejora su estado de salud, y la verdad, que en éstos casos, no nos queda más que recurrir a otro tipo de tratamientos. _¿Otros tratamientos? _dijo el paciente en un tono apesadumbrado_.

_Sí, es necesario que usted, por propia cuenta, busque el motivo de su enfermedad, para poder así encontrar la cura; deberá, por lo tanto, _continuó diciendo el médico_ internarse en el Laberinto de la Verdad.

El hombre se preguntaba a sí mismo: ¿El Laberinto de la Verdad? Estoy de acuerdo en que mi vida siempre ha estado plagada de incertidumbre, pero, qué tiene que ver la verdad en todo esto que me pasa, en fin, ya estoy en el sitio indicado por el médico y nada pierdo con internarme en el misterioso Laberinto de la Verdad. El hombre empezó a caminar y a su paso se encontró con un indigente, el cual extendía su mano pidiéndole ayuda.

Señor _le dijo uno de ellos_ ayúdeme estoy casi ciego y debido a esta discapacidad no puedo mantener de otra forma a mi familia.

El enfermo se detuvo y le dijo:

_¿Cómo es posible que un hombre joven como tú, con brazos y piernas fuertes ande pidiendo caridad, en lugar de ponerse a trabajar?

El indigente seguía con la mano extendida y la cabeza con la barbilla pegada al pecho, de tal forma que no mostraba su cara, el paciente molesto porque no le contestaba el pedigüeño, continuó diciéndole:

_Debería de darte vergüenza, ojalá no te castigue Dios y por ello pierdas por completo la vista.

El enfermo de Todo y Nada siguió su camino, y al poco rato, se encontró con otro menesteroso, el cual igualmente extendió su mano y le suplicó ayuda. _¡Pero qué barbaridad, este Laberinto está llenó de miseria! _dijo el hombre estirándose enérgicamente los cabellos_.

_Escúchame tú miserable, mírame a los ojos, ¿por qué no levantas la cabeza? ¿Acaso te da vergüenza hacerlo porque sabes que puedes levantarte y ocuparte de otras cosas mejores que el tener que seguir pidiéndole a la gente decente y trabajadora como yo, que a pesar de ser casi ciego y casi sordo sigue deambulando por este camino lleno de miseria? ¿Acaso no me escuchas? ¡Ah, ya lo sé!, seguramente, eres casi sordo y prefieres fingir que lo eres, para dar lástima y así recaudar un buen dinero sin hacer nada. Despectivamente el enfermo del Todo y Nada siguió su camino y cuando hubo recorrido un buen tramo se encontró, con un hombre de triste figura, peor semblante y espíritu agonizante; le llamó sobremanera que éste se encontrara en una actitud por demás arrogante, sin esconder la mirada, y le dijo:

_¿Y a ti qué te pasa? _¿Acaso me vas a salir con el cuento de que estas casi ciego y casi sordo?

_No _repuso el hombre_ Yo si he podido ver todo lo miserable que eres y he escuchado todas tus ofensas inmisericordes, mi discapacidad, tiene más qué ver con el corazón, porque sin tener nada en la vista, por ser egoísta, no he podido ver, ni escuchar las necesidades de mi prójimo, mi mal reside en tenerlo Todo y no darme cuenta de ello, en poder ofrecerlo y no dar Nada, en dejar que la felicidad se aleje de mí, por evitar que mi corazón palpite con mayor energía al escuchar y ver la alegría al obsequiar el amor que sólo he guardado para mí.

El hombre despertó de su letargo y se vio parado frente a un espejo y pudo ver al miserable que le había causado el Mal del Todo o Nada.

Moraleja: Decir que la vida es así y aceptarla, es renunciar a todas las oportunidades que nos ha obsequiado Dios para ser mejores personas.

Disfrute la Navidad porque ésta puede ser el fin de nuestras desdichas y el principio de una Vida Nueva.

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